• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

La política se ha distanciado cada vez más de su imperativo ético, la búsqueda del bien común, y tampoco se la puede considerar como la última residencia de la paz. Se ha convertido en un campo de batalla de fuego indiscriminado, donde prevalece el bienestar individual y no la prosperidad de los grupos más carenciados de la sociedad. Esto último es señal de un mal gobierno, en la definición de Norberto Bobbio.

La situación es una descripción generalizada de lo que hoy ocurre en muchas naciones del mundo. Se ha perdido la brújula de la vida armónica, en comunión o participación en común. En ese territorio, esta actividad humana envolvente –la política– ha establecido estrechos lazos con los medios de comunicación para banalizar más aun sus postulados morales –que cada uno interpreta según su particular conveniencia– y sus principios filosóficos.

La politización de los medios y la mediatización de la política no son un fenómeno nuevo, puesto que ya fue analizado con preocupación a inicios de la década de los 90 del siglo pasado. Por tanto, la política se ha vuelto cada vez más proclive a las escenificaciones y a un discurso orientado por el rating y el titular (de los periódicos), más que por propuestas concretas y programas sustantivos, tal como se recoge en el documento resultante de una conferencia internacional organizada por la Fundación Konrad Adenauer, la Universidad Johannes Gutenberg, de Maguncia, Alemania, y la cadena pública de televisión ZDF del mismo país.

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La idea de aplicar la lógica del marketing a la política y a la democracia es cada vez más fuerte. El autor Anthony Downs –uno de los fundadores de la teoría de la elección– consideró que “los votantes y los políticos eran tan racionales como los economistas o el mercado, en donde los votantes eran como consumidores buscando la mejor compra, y los políticos que hacían campañas para ganar votos, como hombres de negocios que buscaban vender sus productos”.

En este contexto, la primera víctima es el partido político, puesto que la campaña se centra exclusivamente en la figura del candidato y no en la ideología ni en la doctrina de la organización partidaria que lo postula. El segundo impacto lo sienten los afiliados, cuya influencia en el partido, primero, y en el poder, después –en caso de ganar– disminuye notoriamente. Y, por último, el voto, más que la expresión de un compromiso profundo y de largo plazo, se convierte en una relación transitoria, que puede continuar o terminar cada cuatro o cinco años.

Por el lado de los medios politizados, aparte de su tradicional denominación de cuarto poder, o contrapoder, el periodismo pretende –y muchas veces lo consigue– incidir directamente en el poder político y hasta en la Justicia.

No estamos hablando de desideologizar los medios, sino de ubicarlos en el marco adecuado de su misión específica. En contrapartida, debemos decir que no son pocos los políticos que buscan controlar el poder de los medios.

En el informe ya mencionado de la Konrad Adenauer, el periodista y consultor político filipino Ermin García Jr. asevera que la politización de los medios de comunicación deriva de la tendencia de los políticos de convertir los medios en un campo de batalla verbal, en un espacio de permanentes declaraciones, utilizando las entrevistas para responder a informaciones y comentarios publicados en las columnas de opinión.

La tecnología ha contribuido grandemente para la proliferación de los liderazgos mediáticos que, por lo general, aspiran a conducir un rebaño electrónico, es decir, simples consumidores y no ciudadanos. Y, como no existe compromiso de lealtad ideológica, pretenden impresionar con el inmediatismo y las medidas cortoplacistas, sin sustentación ni sostenibilidad, puesto que han perdido o no se han formado como estadistas con visión de largo alcance y, por ende, son incapaces de implantar políticas de Estado que otros, necesariamente, deban continuar. Alguien, alguna vez, habrá de devolverle su verdadera esencia y valor a la política. Por hoy, es suficiente. Buen provecho.

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