• Por Livia Mandelli
  • Profesora de la Fundación Dom Cabral, Brasil

¿Alguna vez te has detenido a pensar en cómo las emociones influyen directamente en tus decisiones? ¿Has pensado en un líder que, en plena crisis, mantiene la calma, escucha a su equipo y responde de manera tranquila y reflexiva? Esa persona transmite confianza y seguridad. Sabe que, para tomar decisiones realmente eficaces, no puede permitir que las emociones a flor de piel interfieran en su juicio.

Las emociones influyen en lo que haces e incluso en cómo percibes y gestionas las actitudes de las personas a tu alrededor. Si ya has reflexionado sobre esto, probablemente te hayas topado con lo que, en neurociencia, se denomina “regulación emocional”.

De forma sencilla, la regulación emocional es la capacidad de autogestionar las propias emociones sin permitir que ellas te dominen de manera descontrolada. Y si lo piensas bien, esta habilidad no solo es relevante en la vida cotidiana, sino también para ejercer un liderazgo de alto nivel.

¡El cerebro es un órgano fascinante!

Particularmente, me gusta mucho pensar en él como un órgano que podemos regular, mediante el uso de la amígdala, que entra en acción cuando sentimos miedo o estrés, y la corteza prefrontal, que nos ayuda a planificar y tomar decisiones más racionales.

Cuando conseguimos gestionar nuestras emociones, lo que en realidad estamos haciendo es permitir que la corteza prefrontal funcione de manera más eficiente, controlando la impulsividad de la amígdala.

¿Y qué significa esto para nosotros? Que, en momentos de presión, somos capaces de tomar decisiones más equilibradas y menos impulsivas.

Ahora, pensando en nuestro liderazgo y en la gestión de personas, ¿se hace evidente el impacto de la regulación emocional, verdad? Cuando uno sabe gestionar sus emociones, sean positivas o negativas, su liderazgo se vuelve mucho más saludable y armonioso, reaccionando de forma menos impulsiva y, en muchos casos, evitando daños a su propia reputación.

¿Alguna vez pensaste en la última vez que tuviste un desacuerdo con alguien? ¿Qué ocurrió? Si te dejaste llevar por la ira o el resentimiento, es muy probable que la conversación se haya transformado en un conflicto. Ahora imagina que, en lugar de reaccionar impulsivamente, hubieras hecho una pausa, respirado profundamente, reflexionado sobre tus emociones y respondido con un mayor nivel de conciencia. Seguramente, el desenlace habría sido mucho más productivo, ¿verdad? La buena noticia es que esta habilidad de autorregulación emocional puede ser aprendida, desarrollada y entrenada.

La autorregulación emocional, entonces, tiene un papel sumamente importante en nuestras relaciones, porque evita que nuestras emociones se conviertan en barreras para relaciones organizacionales saludables, fomenta el deseo de las personas de seguirnos y permite una comunicación más eficaz, es decir, más empática.

Y esto no significa que debamos reprimir lo que sentimos, sino comprender y expresar nuestras emociones de una forma más constructiva. Cuando lo conseguimos, las conexiones que creamos se vuelven más auténticas, basadas en el respeto y la comprensión. Eso marca una gran diferencia en el fortalecimiento del liderazgo.

En el día a día de las organizaciones, los líderes que logran controlar sus emociones y manejar las emociones del equipo tienen una enorme ventaja. Estas personas consiguen crear un ambiente más saludable, donde la comunicación fluye mejor, la moral del equipo se eleva y, en consecuencia, la productividad tiende a mejorar (Longhi, 2016).

Y lo mejor de todo: el líder que practica la regulación emocional termina inspirando al equipo a hacer lo mismo. Esto crea un ciclo positivo de autoconocimiento y respeto mutuo que fortalece al equipo como un todo.

Entonces, ¿qué tal empezar ahora? Respira profundo, detente a reflexionar sobre tus emociones y asume el control sobre ellas. La próxima conversación difícil o el próximo desafío en el trabajo puede ser la oportunidad perfecta para demostrar tu verdadera fortaleza: la capacidad de manejar tus emociones con sabiduría y empatía.

Lo que realmente distingue a los grandes líderes no es solamente lo que saben, sino cómo reaccionan ante situaciones desafiantes y cómo lidian con sus propias emociones, con el impacto que sus emociones tienen en sus actitudes y en las actitudes del equipo. Esto está profundamente relacionado con lo que llamamos inteligencia emocional, y dentro de este concepto, la regulación emocional es un punto clave.

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