• Víctor Pavón (*)

Más de uno habrá escuchado la frase “mano invisible” de Adam Smith en su libro “La teoría de la mano invisible” publicado en 1759 y luego desarrollada en su segunda obra “Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” (1776).

Pese a las críticas, todas ellas infundadas especialmente por el colectivismo de entonces y de ahora, Adam Smith explicaba con su frase que una persona al buscar su propio interés también beneficia a los demás. El interés propio no es malo, por el contrario, es ético y es el motor de la motivación del ser humano.

El interés de la sociedad, tan requerida por los colectivistas como los socialistas y socialdemócratas, solo puede lograrse cuando una persona busca primeramente sus propios beneficios.

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Nada puede estar por encima de los derechos individuales, pues si así fuere entonces quiere decir que alguien o algunos serán los que dispondrán del individuo. La vida, la libertad y la propiedad, por ello, conforman un todo en el ser humano, pues surgen de su propia naturaleza.

La competencia en el mercado tiene mucho que ver con todo esto. La competencia en el mercado –que no es más que competir por los demás para que el consumidor decida por sí– es lo más moral que pueda existir, y siendo moral también es práctico.

La mano invisible es ciertamente una metáfora que explica cómo el ser humano cooperando con los demás y sin tener que usarse la fuerza sobre él, propicia la libertad, la inventiva y la creatividad. Cada uno de nosotros buscamos obtener ganancias, pero para lograr este propósito debemos servir a nuestro prójimo, quien decidirá según sus necesidades y deseos lo que mejor le conviene.

Lo más valioso de la mano invisible de Smith es que no se necesita autoridad alguna que nos diga qué producir y cómo hacerlo. Esto está a cargo de los precios, que como una información nos va diciendo si es mejor producir un producto o servicio determinado. Si los precios son altos y los consumidores están dispuestos a comprar a esos precios, pronto aparecerán los emprendedores ofreciendo lo que la gente desea.

La mano invisible explica cómo el beneficio personal se convierte en beneficio hacia otros, incluso sin siquiera conocerlos; por ejemplo, un productor del campo beneficia al vendedor de semillas, al fabricante de alambrados, de tractores y al disponer su producto en el comercio, también se benefician los transportistas, mecánicos, la compra venta de ruedas, combustibles, aceite, hoteles y puestos de comida.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”, “Cartas sobre el liberalismo”, “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes”, y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la libertad y la República”.

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