- Por Juan Carlos Dos Santos G.
- juancarlos.dossantos@nacionmedia.com
Muchos lo pensaban en voz alta, otros lo consideraban casi utópico e improbable de concretar, pero todos lo hacían desde una perspectiva de lo políticamente correcto. Por eso, cuando el presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, hizo público su plan para reconstruir la Franja de Gaza y administrarla a futuro, de entrada sorprendió por lo pragmático y simple que lo hizo sonar.
Despejar los 360 km² y trasladar a los casi 1,8 millones de habitantes a países vecinos como Egipto y Jordania, para luego construir de cero un emporio turístico, comercial y posiblemente tecnológico, suena bien desde una perspectiva occidental.
Lo planteado por Trump tiene dos aristas muy importantes para analizar, sin entrar a hablar aún de lo que implicaría para el futuro de esa inestable región del planeta.
Lo primero es la financiación por la reconstrucción y todo lo que ello implique. Pero Trump lo tiene todo pensado porque luego de mencionar que tanto el rey Abdalá II de Jordania como Abdel Fattah el-Sisi, líder egipcio, estarán de acuerdo luego de negociar con él (en principio habría cierta oposición). Conociendo a Trump como un gran negociador, damos por descontado que Jordania y Egipto aceptarán la propuesta.
Luego de ese hipotético sí, Trump pedirá a los megamillonarios reinos del Golfo Pérsico (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y la propia Qatar, tan comprometida con el grupo terrorista Hamás), que apoyen financieramente esta propuesta, seguramente a cambio de beneficios económicos y estratégicos.
Que acepten no sería raro, porque entre el 2019 y 2020, Trump planteó el acuerdo final para la creación de un Estado palestino con ciertas condiciones y Arabia Saudita se comprometía a entregar a los palestinos, USD 15.000 millones para construir de cero su capital en Abu Dis, cerca de Jerusalén.
La respuesta palestina como siempre fue un rotundo ¡no!, pero eso es para hablarlo otro día. Lo importante aquí es el compromiso saudí con una propuesta menor de Trump en aquel entonces.
El otro factor, el más complejo y que pasado el momento de estupor por lo audaz del plan planteado, es el que está generando reacciones obvias entre sus detractores de siempre, y es el de trasladar a quienes viven en Gaza. La pregunta que todos se hacen es: ¿por cuánto tiempo y bajo qué condiciones estarían estas personas?
Lo del tiempo es relativo porque puede que los propios trasladados opten por quedarse en esos países si sienten deseos de hacerlo. Hoy, permanecer en Gaza no es una decisión adecuada. El norte y centro de la zona es un amasijo de hierro y cemento, cientos de esqueletos de edificios a punto de derrumbarse, algunos sembrados con trampas explosivas dejadas por el grupo terrorista en su huida al sur del territorio.
La Franja de Gaza no tiene condiciones para ser habitada por algunos años y tampoco debe seguir siendo gobernada por Hamás, como parece ser que sucederá si nadie tiene el valor de tomar las riendas de una situación caótica de posguerra. El futuro del Medio Oriente depende de eso. No habrá paz con Hamás y otros grupos terroristas gobernando en Gaza.