• Por Víctor Pavón (*)

John Maynard Keynes publicó su libro en 1936, “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero” con ideas luego “mejoradas” por sus seguidores. Si bien el intervencionismo estatal en la economía ya existía desde antes, con Keynes se logró un halo intelectual que terminó por justificar la intromisión gubernamental en el mercado.

Todos a excepción de la Escuela Austríaca de Economía –la liberal por antonomasia– se adhirieron a la ola intervencionista. Los políticos y burócratas enseguida se dieron cuenta que les venía anillo al dedo las sugerencias keynesianas. El motivo se justificaba. La solución fue el Estado para la recesión, la inflación, las tasas de interés, el endeudamiento, el empleo, el consumo y la producción etcétera. Un inmenso poder sobre la gente.

Ahí está el Banco Central con sus tasas de referencia monetaria. Si la tasa de interés es alta, el costo del crédito es mayor y desacelera la economía. Y si la tasa de interés es baja, se estimula la economía con el riesgo de una burbuja de crédito o inflación: un círculo vicioso.

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Para el keynesianismo el Estado es dinamizador de la economía. Cuando hay crisis por alto desempleo, los keynesianos aumentan los gastos estatales mediante el incremento de la masa monetaria para movilizar el capital y el trabajo. La realidad, sin embargo, es que el propio Estado crea la inflación y los desequilibrios fiscales que pretende corregir.

Ocurre que Keynes nunca entendió la ley de Say, y como no la entendió no pudo refutarla. Hasta hoy día los economistas están desorientados por la incomprensión que tienen sobre la ley de Say.

En su Tratado de Economía Política, Jean Baptiste Say argumentó que todo acto de producción no solo aumenta la oferta de bienes, sino también aumenta la demanda.

Say denominó a su ley como la “ley de los mercados”, por el que primero se produce y si no se produce, no se puede consumir; y sin producción de más oferta de bienes y servicios, no habrá demanda. Dicho de otro modo, la cantidad que demandemos de bienes y servicios dependerá de nuestra capacidad de producir a un precio al que se esté dispuesto a pagar.

¿Qué pasa si hay un exceso de un bien como el dinero? ¿Quién puede originar ese exceso de dinero? Solo el Estado a través de la demanda agregada tan apreciada por los keynesianos es capaz de hacer esa “magia” que, al final, crea inflación y desempleo, porque la oferta de dinero es artificial y no el resultado del aumento real de la producción.

El keynesianismo permite a los políticos y burócratas meter sus narices en lo que no deben causando muchos daños a la población. Todo porque el propio Keynes nunca entendió la ley de Say.

(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Faro. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.

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