• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en la Argentina
  • X: @RtrivasRivas

La semana comienza en la Argentina con la paulatina llegada a este país de los más altos directivos y ejecutivos de corporaciones de alcance global tales como Citi, Phoenix Global Resources, Dreyfus, Chevron, Pepsi, Uber, entre otras que desde pasado mañana –miércoles 23– se reunirán en el Palacio Libertad Domingo Faustino Sarmiento (ex CCK), en lo que pretende ser una especie de foro de Davos rioplatense, muy alejado de Suiza.

Junto con aquellos convergerán los líderes de las locales Aeropuertos Argentina 2000, IRSA y PanAmerican Energy, por solo mencionar tres del muy extenso listado de deseosos de ser invitados pero que, hasta el momento, no lo están.

No resulta sencillo hacer lobby para ocupar algunas de las sillas disponibles. Las invitaciones a tan atrayente foro las cursa con exclusividad el WEF (World Economic Forum) –los organizadores del cónclave anual en los Alpes– y, para el caso de las locales, los relacionistas institucionales tienen presentes las necesidades y pretensiones del gobierno local. Por ello juegan con el misterio de si vendrá o no el ciudadano sudafricano, estadounidense y canadiense Elon Musk, muy atareado en los días finales de la campaña presidencial en los Estados Unidos en favor de Donald Trump.

Serán disertantes relevantes –además del presidente Javier Milei y, tal vez, Klaus Schwab, fundador, presidente y director ejecutivo del WEF– el jefe de Gabinete de Ministros, Guillermo Francos; los ministros Luis Caputo, de Economía; y Federico Sturzenegger, de Desregulación; y, un puñado de gobernador aliados con el gobierno local, fuertemente aferrados del equilibrio fiscal y la baja de la inflación alcanzados en una decena de meses de gestión de gubernamental en procura de conseguir inversiones extranjeras directas (IED) que, hasta el momento, no se concretan. ¿Falta de confianza externa? Habrá que ver.

De todas formas, ese tipo de actividades parecieran ser las que en esta etapa privilegia tanto el señor Milei como sus más cercanos asesores que planifican y organizan dentro de un marco de estricta reserva. De hecho, sobre el Davos rioplatense es sustancial la ministra de Seguridad Patricia Bullrich que diseña un esquema de máxima seguridad con el objetivo prioritario de minimizar todo tipo de riesgo sobre el cónclave y sus asistentes.

En la semana que se fue, el presidente Milei –ovacionado en otro foro empresario, el Coloquio de IDEA, en la ciudad bonaerense de Mar del Plata, 400 kilómetros al sudeste de Buenos Aires– no se privó de nada.

En territorio amigable el mandatario –que se negó a ser entrevistado por ningún dirigente empresario, conductor, moderador o comunicador a tales fines, como es de estilo en ese lugar y exigió hablar desde un atril en soledad– reseñó enfáticamente los logros de gestión coronando cada uno de sus párrafos con aplausos y ovaciones.

Se aplaudía y vivaba todo. Ese 18 de octubre cuando luego de que se conociera públicamente el fallecimiento del varias veces exministro de Salud de la Nación y de la provincia de Buenos Aires Ginés González García, de 79 años, el señor Milei lo categorizó al finado –desde el atril– como “un hijo de remilp....”. Más aplausos y ovación. Sorprendente acto presidencial de violencia póstuma que sobrepasó los límites de la crítica sana que propicia el Estado Democrático de Derecho y, sin embargo, fue calurosamente celebrada por ricos y famosos. Vergüenza.

Especial énfasis puso el jefe de Estado para destacar el ajuste y –con la comodidad de sentirse entre amigos– compartió algunos sucesos desconocidos de las primeras semanas de su gestión.

“Teníamos claro que por el tipo de ajuste que estábamos haciendo era muy probable que el impacto más fuerte se sintiera durante el primer trimestre y, por lo tanto, también era importante hacerlo durante vacaciones para que la gente no se enterara tanto, por decir de alguna manera”, comentó. Más aplausos. Interrogante: ¿Cuánto más el presidente mantendrá in péctore para gestionar y sorprender a la sociedad con medidas tal vez necesarias e imprescindibles a la vez que dolorosas? Nada nuevo en la Argentina.

Apenas unos años atrás, el presidente Mauricio Macri (2015-2019) (¿aliado o no de Javier Milei?) también ante un auditorio amigable –la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas– confidenció: “Si yo les decía a ustedes hace un año lo que iba a hacer y todo esto que está sucediendo, seguramente iban a votar mayoritariamente por encerrarme en el manicomio. Y ahora soy el presidente”.

Un poco más atrás, el presidente Carlos Saúl Menem (1989-1999), después de anunciar en la campaña presidencial “salariazo y revolución productiva” y decir frente a la ciudadanía “síganme, no los voy a defraudar”, se asoció con la derecha liberal que por entonces lideraba el ingeniero Álvaro Alsogaray, fundador del partido Unión del Centro Democrático (UCEDE) para avanzar en el achicamiento del Estado.

Recuerdan algunos de quienes lo acompañaron en la gestión que, cuando asumió el 8 de julio de 1989, en el Banco Central (BCRA) había reservas por debajo de los 100 millones de dólares; que la inflación acumulaba 664.801 % a lo largo del gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989); que la devaluación del peso contra el dólar era de 1.627.429 %; y que, la inflación de junio 1989 era de 114,5 %. ¿Cuánto hace que se escucharon datos parecidos en la puerta misma del Parlamento argentino?

Meses después de la asunción de Menem, cuando de la mano del excanciller y luego ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo, se impuso la “convertibilidad” por la que 1 peso equivalía a 1 dólar estadounidense, se anunció una mejora sustancial de los indicadores macroeconómicos, con la inflación totalmente reducida pero, a la vez, con altísimos índices de desocupación y pauperización. Fue entonces cuando Carlos Menem saboreó el éxito y no trepidó en decir que “si hubiera dicho (durante la campaña presidencial) lo que iba a hacer, no me votaba nadie”. Menem lo dijo. A confesión de parte, relevo de prueba, podría decir un abogado penalista. ¿Por qué no?

En el relato de la historia reciente –en Argentina, al igual que en muchos otros lugares de la Alda Global– la mentira, para algunas y algunos actores públicos, parece ser una herramienta de gestión política preferente. Algunos y algunas académicas llaman a estos tiempos “posverdad”. Elegancia para decir que mienten.

El exsecretario de Estado de Comercio Interior Guillermo Moreno, el 9 de mayo último fue condenado a “tres años de prisión de ejecución condicional y seis de inhabilitación para ejercer cargos públicos” por “abuso de autoridad en concurso ideal con el de destrucción e inutilización registros públicos”, para manipular los datos de la inflación en Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), “entre marzo de 2006 y agosto de 2007. ¿Mintió por necesidad y urgencia?

La semana anterior, en la misma línea, la Corte Suprema de Justicia del Reino Unido dejó firme una sentencia contra la Argentina que deberá pagar aproximadamente 1.300 millones de euros por los daños y perjuicios causados a los tenedores de bonos del Tesoro de este país que fueron damnificados porque el gobierno de la expresidenta Cristina Fernández (2007-2015) modificó subrepticiamente la forma de medición del PBI (producto bruto interno) con el que se calculaba el rendimiento de esos títulos. ¿Mentiras de necesidad y urgencia? ¿Mentiras de estado? Al parecer, para algunas y algunos dirigentes aquí y en todas partes, la ética puede esperar.

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