DESDE MI MUNDO
- POR CARLOS MARIANO NIN
- Columnista
Me recuerdo de niño sentado en la sala viendo a los Supersónicos. Entonces, en una TV plana esta familia hacía videollamadas, algo impensable para esa época, nos parecía algo inalcanzable. Tuvieron que pasar años para que nacieran los celulares, algo extraordinario.
Creo que a partir de allí los avances tecnológicos no pararon de sorprendernos, y es que la tecnología se reinventa cada día, tanto que ni siquiera nos damos cuenta de su arrollador paso.
Las cartas se convirtieron en mails y los sentimientos en emoticones… las enciclopedias fueron suplantadas por Wikipedia, y luego por la inteligencia artificial.
Muchos empleados fueron cambiados por robots y muchos paisajes se convirtieron en recuerdos.
El martes hubo un ataque con misiles desde Irán a Israel y minutos después estaban las imágenes en mi celular. Al paso de un clic.
Un chico se peleó con una chica en Itapúa y en medio del incidente la mujer casi fue aplastada por el auto del muchacho… y se convirtió en viral.
Es como vivir algo sin estar allí. Solo hay que encender el celular para tener el mundo en las manos. Es como viajar estando en la cama o leer un periódico sin esperar al canillita.
Son las cosas buenas de la tecnología, que también trae tras de sí una nueva generación dependiente de ella. Una generación que cuando ve un accidente se pone a filmar en vez de ayudar al accidentado. Una generación que no se sienta a hablar, solo manda mensajes y que cuando necesita un abrazo busca en Facebook compañía.
A lo mejor me estoy poniendo viejo, pero recuerdo lo feliz que era cuando niño jugando por las calles, mojándome con la lluvia o mandando cartitas.
Nos decíamos las cosas en la cara y no había calmante más fuerte que los besos de mamá.
Hoy el futuro nos abruma, nos llega demasiado rápido y nos devora como un monstruo que aparece cuando se apaga el alma… y se enciende la computadora.