EL PODER DE LA CONCIENCIA

  • Por Alex Noguera
  • Periodista
  • alex.noguera@nacionmedia

La semana pasada terminaba con el triste anuncio de que el Gobierno paraguayo cancelaba el proyecto con Corea del tren de cercanías; esta semana, el ferrocarril local continuó siendo protagonista con otra infausta novedad, un inexplicable choque con una camioneta.

Como dato curioso, podríamos trasladarnos hasta 1974 –este año se cumple medio siglo– para recordar la aparición de “El pregón”, el segundo álbum de estudio de José Luis Perales, en el que el cantautor fusionaba de manera magistral un sentimiento con una imagen en su “Balada para un viejo tren”. Con su voz cargada de melancolía, sentenciaba: “Como un perro apaleado, lucha por llegar. Está pintado, negro de carbón y negro de desengaños…”. Era la descripción exacta de nuestro viejo tren.

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La idea que tienen los jóvenes de hoy acerca del ferrocarril paraguayo se resume solo en la desfasada estación de Asunción o en el paso sobre el río Paraná con un remedo de tren que conecta Encarnación y Posadas, en un viaje que apenas dura 8 minutos. No se imaginan de lo que se perdieron.

Hace unos 30 años atrás, el viejo e imponente Ferrocarril Carlos Antonio López salía de la capital y tras recorrer 370 km llegaba a Encarnación y conectaba con 47.000 km del sistema ferroviario argentino.

La salida del tren de pasajeros desde Asunción se producía en horas de la tarde y el viaje se convertía en una fantástica aventura en la que las chispas de la locomotora se confundían en el firmamento con la magia del negro telón de la noche que cubría un teatro colgado de estrellas.

Los menores de 30 años no pueden saber lo que significaba el jolgorio de llegar a una estación, donde el convoy se detenía por unos 10 minutos. Allí se agolpaban apresuradas vendedoras con sus canastas de chipa, jugos, caramelos, asaditos y frutas. Tampoco pueden visualizar la amplitud de los vagones, los cuales llevaban mil rostros de compatriotas con sombreros, bastones o valijas de cuero o evocar esos momentos en los que como una serpiente cansada, la máquina reducía su velocidad y los más osados pasajeros bajaban y trotaban a la par de la estribera. Hoy, un viaje se resume a la ruta de asfalto, con el pasajero atado a un pequeño asiento durante horas, muy diferente a recorrer los pasillos de los vagones o disfrutar de las apetitosas propuestas en el coche comedor.

Pasando la estación de Maciel (km 198), a mitad del trayecto, se encontraba la casilla de Santa Luisa (km 206), donde el tren llegaba alrededor de las dos de la mañana. Allí las carretas y hasta algún “moderno” sulky –que hoy se podría comparar con el más veloz auto deportivo– esperaban a los pasajeros para llevarlos a Cara Cara’i.

Esos sitios hoy siguen ahí, gastados de tiempo, entrados en la vejez. Los señores de antaño ya no están, pero viven en la tierra y en los recuerdos. Nueva gente arrea el ganado hoy, aunque las tropas de antaño hace tiempo fueron remplazadas por los camiones transganado.

El egoísta negociado del asfalto venció a los cómodos rieles. Mientras que el humo del gasoil quemado de las rutas se confunde con el de los incendios, la intención de evitar regalar dólares al extranjero en lugar de usar la energía hidroeléctrica se pierde en olvidados cajones parlamentarios.

Más que un romanticismo, el ferrocarril es de uso generalizado en todo el mundo por sus ventajas; resulta más económico, seguro y práctico que las flotas de camiones y si pudiéramos tener uno eléctrico sería lo más lógico para no depender del humor del clima y sus bajantes de ríos que entorpecen, retrasan y encarecen el intercambio comercial.

La propuesta de un tren eléctrico que atraviese el Chaco hacia Bolivia o que llegue al futuro corredor bioceánico hace años era impensable. Los técnicos argumentaban que resultaba imposible trasladar tan al norte la energía desde las hidroeléctricas, pero con las nuevas tecnologías de plantas fotovoltaicas, es lógico pensar en esa posibilidad, más aún, teniendo en cuenta la sobrada abundancia de energía solar en todo el Chaco.

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