- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
La memoria es el antídoto más recomendado, por su eficacia, para inmunizarnos contra la fragmentación de la historia y la errónea o interesada interpretación del pasado. El propósito de ese ejercicio dialéctico es que prevalezca la verdad. Y esa verdad es una y única. El resto pasa a formar parte del relativismo que pretende imponer las opiniones –carentes de rigor– como certezas irrefutables. Total, todo es efímero y descartable. La realidad, desde esta perspectiva, no es más que la construcción subjetiva de cada individuo. Al inmediatismo debe anteponerse la solidez del pensamiento humanista. Ante el déficit de tradición –en expresiones de Jorge Bergoglio– urge remojar con el recuerdo el camino andado por los mayores. Y en esa trayectoria es un imperativo intelectual y ético aprender a separar la veracidad de lo falso que, de tanto repetirse, aspira el carácter de auténtico, aunque adolezca de las más elementales evidencias. Es cuando la lúcida conciencia nos empuja a hurgar en las raíces de los acontecimientos, regresar a la matriz de los hechos, para desentrañar de dónde venimos, qué somos y adónde vamos. Y aunque la tradición oral es fuerte en la formulación del imaginario social, es la escritura en formato de libros –escrupulosamente fidedignos a los sucesos– la que facilita el correcto análisis por la vía de una criteriosa comparación, anulando los sesgos engendrados por las cegueras del fanatismo o la reincidencia en los relatos mal contados y peor repetidos.
En una sociedad convulsionada por irreconciliables antagonismos –que ratifican nuestra orfandad en materia de cultura democrática– se complica el discurso o la literatura con perfiles de certidumbre por el ímpetu de una posmodernidad que privilegia el panfleto y la derogación ideológica. Por tanto, “no importa el color del gato, sino que cace ratones”, frase que adquirió estatus colectivo a partir de la locución del líder supremo de China, Deng Xiaoping, quien repintó el pelaje del felino en lo económico, pero lo mantuvo imperturbable en lo político. Expresión que, posteriormente, repetiría con unción de verdad revelada el antiguo líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y presidente del Gobierno de España, Felipe González. Sin embargo, son las líneas ideológicas asumidas por los partidos y los gobiernos las que, finalmente, determinan su orientación social y económica y sus proyecciones para garantizar el bien común y el bienestar, sin exclusiones, de la ciudadanía compatibles con la libertad y la democracia.
Como cazador de memorias y archivero impenitente, hace años me propuse escarbar en las claves fundacionales y los alcances doctrinarios del Partido Nacional Republicano en nuestro escenario político. Hubo tiempos de fecundo enriquecimiento ideológico y, otros, de perversa manipulación y desviacionismo de sus principios e ideales que devastaron su vértebra esencial y vaciaron su plataforma programática. Como un sitio recurrente de nuestra historia, el exilio fue determinante para sostener los postulados cardinales de esta asociación política a través de sus más ilustrados líderes que fueron arrojados al otro lado de nuestras fronteras por el dictador Alfredo Stroessner, para quien pensar diferente era un sacrilegio sin posibilidades de absolución. Hubo quienes no tuvieron mejor suerte y que hasta hoy permanecen en tumbas desconocidas, entre ellos el íntegro republicano doctor Agustín Goiburú.
Un primer trabajo había publicado en 2009, demostrando, sin mucho esfuerzo, que el estronismo fue la antítesis cancerosa del coloradismo doctrinario, representado por “un egocentrismo autoritario que profundizó el infortunio paraguayo y subalternizó los principios, los valores y la ideología de la Asociación Nacional Republicana al culto exacerbado de la personalidad”. Se violentaron su documento fundacional del 11 de setiembre de 1887 y la Declaración de Principios del 23 de febrero de 1947. El régimen renegó de la inteligencia que no estuviera a su servicio. Y actuó en consecuencia. En medio de las apologías de los obsecuentes a la dictadura, por un lado, y la propaganda de los detractores, por el otro, a pesar de sus oleadas de extravíos, su identidad siempre estuvo intacta y latente en cientos de textos que permanecen sepultados por la indolencia y la desmemoria intencional. De ahí los permanentes errores. Y de ahí, también, que algunos trasnochados estronistas quieran presentarse como “los auténticos colorados”, cuando que, en puridad, son los más grandes falsificadores del partido y exterminadores de sus líderes más representativos, intelectual y moralmente. Aquí es oportuna la frase de un kara’i guasu de las bases republicanas don Samuel Ramírez: “Ninguna obra se justifica sobre el asesinato de un solo paraguayo”.
Empecé una nueva aventura con la edición de diez libros de bolsillo de la autoría de Roberto L. Petit, Carlos Miguel Jiménez, Natalicio González, Ignacio A. Pane, Juan E. O’Leary, Juan León Mallorquín, Juan Ramón Chaves (el de la época de su juventud), Pedro Pablo Peña y un documento que sintetiza “Los conceptos políticos y sociales del Partido Nacional Republicano”, de setiembre de 1924, hace exactamente cien años. Y un aporte adicional del suscrito sobre la “Base ideológica y programática” de la ANR. La idea es llegar a cien libros con las mismas características. Servirán, aunque sea, para remover las cenizas ardientes de un pasado luminoso. Por ahí, algunos se prenden. Buen provecho.