EL PODER DE LA CONCIENCIA

De niña entendió que este era un mundo de hombres, que todo le resultaría más difícil. Pero también comprendió que su vida era solamente suya y lucharía por lo que ella quería. Estudió, se capacitó y triunfó hasta que su salud la traicionó de la manera más cobarde.

Al principio no dimensionó las palabras del médico cuando le anunció que debía dializarse para seguir viviendo, pero con el correr de los meses cada día se convirtió en una batalla de dolor. La rutina era levantarse a las 5:00, tres veces por semana, para que la conectaran a una máquina durante 4 horas. Llegaba caminando, pero salía en silla de ruedas, deshecha, cansada, a veces mareada, otras a punto del desmayo.

Regresaba a su casa casi arrastrándose y trataba de recuperarse para poder trabajar. Resultaba difícil, pero no tenía opción. Las otras mañanas las dedicaba a ir al hospital, a cumplir con los análisis que le imponían, a consultar con especialistas de varias especialidades para que le dieran su visto bueno y poder entrar en la lista de espera con la remota esperanza de un trasplante. Ya hacía casi dos años, pero las constantes infecciones urinarias y otros contratiempos le impedían llegar a su ansiada meta de ingresar a la lista.

Su existencia había cambiado radicalmente. Solo algunos días podía salir, caminar le resultaba difícil; la alimentación basada en lo que la nutricionista le recetaba no tenía nada de apetitosa, además le prohibían la mayoría de las frutas, de las que ella antes era dependiente. Los cítricos como las naranjas, mandarinas o las simples bananas se habían convertido en veneno por la elevada concentración de potasio que contenían y que su cuerpo no podía eliminar a causa de la falla de sus riñones.

Pero lo peor era la sed. No lograba beber solo el medio litro de agua por día que los médicos le habían ordenado. Trataba, lo intentaba, y aunque muy a menudo sobrepasaba ese límite, aún así vivía con ganas de ingerir más agua y con el remordimiento después de haber sido débil y permitir que unos sorbos del líquido se deslizaran por su garganta.

Las fiestas, los paseos, las reuniones, los restaurantes, eran recuerdos del pasado. Ni siquiera podía descansar. La palabra vacaciones era un mal chiste porque día de por medio debían “atarla” a la máquina de diálisis.

Una mañana, al esperar por el taxi que viniera a buscarla sintió los rayos del sol en el rostro y la cálida brisa que le acariciaba la piel. Se sorprendió. Nunca antes había valorado tanto esos detalles. Durante toda su vida, las quejas habían sido el pan nuestro de cada día, pero hoy esta situación le permitía descubrir algunas maravillas de las que antes no era consciente. Por ejemplo, volvía a las músicas de antes, miraba con ansias las frutas cuando el auto pasaba por enfrente de algún puesto de ventas callejero, sentía con deleite el viento. Sentía la vida plena sin poder vivirla, pero era una ilusión efímera porque al día siguiente debería pagar una nueva cuota atada a la máquina.

Durante mucho tiempo pensó que nada podía ser peor, que en vano se había esforzado tanto por sobresalir. Y sin embargo sí había cosas peores. Esta mañana, con tristeza, leyó el caso de Milan, un niño de apenas 6 años que cumplía 10 meses conectado a una máquina porque su corazón también había claudicado. Él era un verdadero héroe, pensó, y quiso abrazarlo. Ella, que apenas soportaba 4 horas día de por medio, no imaginaba cómo ese pequeño lograba estar tantos meses unido a esa tortura. También sintió orgullo por esos padres que no lo abandonaban en medio de tanto miedo y dolor e imaginó lo mal que deben pasar las parejas de cada una de las personas que se dializan.

Según el Instituto Nacional de Ablación y Trasplante, Paraguay tiene en lista para un trasplante cardiaco a 9 personas, de las cuales cinco son niños. Pero, además, otros 267 pacientes como ella están a la espera de una donación de órganos.

Rodeados de soledad, el tiempo es un lujo que ellos no tienen. Con cada sesión, el cuerpo se deteriora y no comprenden porqué tantas oportunidades de trasplante se ocultan en las tumbas en lugar de dar nada menos que vida a los que la necesitan con tanta urgencia.

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