• Por Pepa Kostianovsky

Es ofensivo, criminal incluso para la democracia que hemos venido tratando de conquistar y construir ladrillo sobre ladrillo, en esta nuestra amada América Latina, a partir del desplazamiento de la Guerra Fría y la Doctrina de la Segu­ridad Nacional que el Imperio del Norte sustentó avalando dic­taduras de ultraderecha, con la complicidad de los gobiernos cipayos, el hecho de que hoy un payaso ignorante como Maduro se atreva a tergiversar impunemente el obvio resultado de las urnas en Venezuela.

De hecho, lo tenía preparado, porque sabía que ya no le quedaba más que un resto no gravitante de seguidores que lo votaran. Eso se veía desde la prohibición de ingresar al país a observadores, políticos y prensa de otros países. Así como la falta de garantías para la inmensa cantidad de ciudadanos que habían dejado al país huyendo de su nefasta tiranía, heredada del perverso Chávez.

Maduro ni siquiera es como lo fuera el populista Chávez, resul­tado de la ingenuidad de los electores. A Chávez lo votaban. Este apareció nomás, sacado de nadie sabe dónde. Y allí se instalo, des­trozando a la sociedad y a la economía venezolana. Y hablando burradas propias de un energúmeno.

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No sabemos como irá a resultar este cuadro que se presenta, en el que casi toda América Latina repudia y califica de TRAMPO­SOS los conteos que muestra Maduro.

Dicen que las Fuerzas Armadas los apoyaran, porque son tan corruptas como él. Me permito pensar que pueda haber en esas filas algunos un poco más inteligentes que opten por SALIR DE SUS CUARTELES, ir a agarrarlo de los fondillos, ponerlo en un avión, despacharlo para Cuba, y ser los HÉROES DE LA DEMOCRACIA.

Sería, sin duda, la salida más honrosa para los venezolanos, que no tendrían que andar dando gracias a otros países y organismos.

En fin, si no aparecen esos generales iluminados, digamos que cualquier cosa vendrá bien, con tal de que se haga respetar el resultado de las urnas.

Decía al inicio que es penoso y ofensivo para la democracia, pero para quienes conocemos el dolor del exilio, es aun más penoso escuchar a los miles de venezolanos que se manifiestan en estos días en las calles de Buenos Aires, Nueva York, México , reclamando lo que las urnas le han supuestamente garantizado: DEMO­CRACIA.

Largos años como refugiados, desplazados de sus hogares, de su tierra, de sus ciudades, de sus vidas. Viviendo casi como linyeras en villas y suburbios. Muchos de ellos con grados universitarios y preparación para trabajar en profesiones y oficios de primera línea, condenados a ganar migajas recogiendo deshechos, lim­piando baños, pidiendo limosnas. Recursos humanos calificados, tirados a los basurales, sin posibilidad de dar educación a sus hijos.

El destierro es inmensamente doloroso, es el peregrinar de los pueblos errantes. Es el perverso trastevere, donde todos los ros­tros son extraños.

Eso es lo que está haciendo Maduro con sus compatriotas, con su sociedad , con su país.

Y eso, no tiene perdón.

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