• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

No es el sistema. Son los partidos los que se olvidaron de formar cívica y doctrinariamente a sus cuadros y a sus masas. A lo que debemos añadir que los propios líderes y dirigentes de segunda línea viven en un estado permanente de confusión ideológica, por lo que la formulación de los proyectos electorales se fundamenta en las cualidades carismáticas de los candidatos que puedan atraer o seducir a propios y extraños, sin considerar ni evaluar los otros aspectos de su personalidad. E, incluso, están aquellos que carecen de esos atributos, pero creen poseerlos engañándose a sí mismos. Y tampoco suplen esa deficiencia con coherencia discursiva, valores morales y virtudes intelectuales. Pero no siempre el magnetismo de la simpatía alcanza, sobre todo, cuando falta estructura.

Por otro lado, las dos grandes asociaciones partidarias, sin posibilidades, hasta hoy, de un sólido y permanente tercer espacio, apelan a la adhesión afectiva, al sentido de pertenencia, a la tradición y a los símbolos; en tanto que desde el sector opuesto tratan de crear un sentimiento de aversión, hasta de ánimos exacerbados, hacia el eterno adversario. Al final del día, se votan por posiciones y no por ideas. Entonces, el problema no es el sistema, sino quienes eligen, porque no consiguen constituirse en ciudadanía para trascender los límites del fanatismo y la ceguera cromática.

Así que el resultado de las urnas, lejos de representar un periodo de tregua para gobernar y construir un presente de bienestar y proyectar un horizonte de sostenido crecimiento económico en situación de equidad, se convierte en un nuevo escenario de disputas, aunque por otras vías: la de obstaculizar cualquier iniciativa del Poder Ejecutivo que deberá gestionar el Estado en los siguientes cinco años. Y para eso no se precisa de mayorías, sino de constante petardeo, aunque escaso de argumentos. El asunto es hacer ruido con amplificación mediática.

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No podemos negar –ya lo apunté en ocasiones anteriores– que vivimos en una sociedad desideologizada, en acelerado declive intelectual, absorta en las redes sociales y su efecto narcotizador, que se deja arrebatar por sus creencias y afinidades y no por la verdad. Nos hemos olvidado de leer y adquirir conocimiento para cuestionar la realidad, construir una conciencia crítica y, a la vez, liberadora. He ahí el principio del verdadero y continuo aprendizaje. Hace exactamente cien años, en la Convención del Partido Nacional Republicano desarrollada entre el 17 y 18 de junio de 1923, decía Juan Emilio O’Leary: “Devolver al pueblo su soberanía es educarlo, es armarlo con el arma incontrastable del voto, contra el cual no pueden cañones ni fusiles”. Y añadía: “Nos mueven principios, no pasiones.

Seguimos un ideal superior, no hombres mezquinos, representantes de apetitos repugnantes o de rencores taciturnos. Por eso nuestra acción ha sido, y debe ser altruista”. En ese mismo sentido y en similar ocasión, pero en 1918, se explayaba el doctor Juan Manuel Frutos (padre) sobre la imprescindible “formación moral de la masa, su espíritu, su instrucción, sin los cuales sería inútil contar con fuerza numérica, incapaz de enarbolar la bandera de triunfo de ningún ideal”. Y concluía: “Con razón se dice que la fortaleza sin cultura es brutalidad en el individuo y barbarie en la colectividad; la cultura sin fortaleza es esclavitud en el hombre y esclavitud en la comunidad”.

La lista cerrada y desbloqueada, con la opción del voto preferencial, no es el origen de todos nuestros males en lo que concierne a la baja calidad –intelectual y ética– de los representantes de los partidos políticos en el Congreso de la Nación. Tampoco es de ahora. Y que arrastra en la (des)calificación colectiva hasta a los que marcan una evidente diferencia y superioridad. La mediocridad viene avanzando a paso redoblado, rítmico e imperturbable desde hace más de dos décadas. Tengo la convicción de que la lista cerrada y bloqueada, donde se votaba al bulto, era inmensamente peor. Los primeros cupos para el Senado, por ejemplo, en todos los partidos políticos, se rifaban en dólares y al contado. Así como las facultades del político de bien (de honradez y buena fe, diría Alberdi) eran suplantadas por el factor económico o por el supuesto caudal electoral de dirigentes de pésima reputación. Y, de este modo, fuimos reproduciendo un modelo que hizo que muchos jóvenes corrieran de la política como de la misma peste (Ignacio A. Pane).

La posibilidad de votar por quienes puedan representarme con honores en ambas cámaras, aunque solo sean uno por cada una, alterando su ubicación en la lista, siempre será mejor que votar forzosamente por una totalidad con la esperanza de que el candidato de tu confianza pueda, quizás, ingresar entre los elegidos desde el lugar número 12 al que fue relegado. Desde mi parecer, este sistema es más competitivo, porque uno puede aceptar hasta el puesto número 45, dado el caso, en el Senado, y con chances de entrar; cuando que en el otro régimen solo era un deshonroso relleno. Los mediocres y los hombres y mujeres de mala fe seguirán colándose, como antes, igual ahora. La cuestión no es el sistema, sino aprender a votar por los mejores. Y ahí la doble responsabilidad de los partidos políticos: tanto para presentar (buenos) candidatos como para la capacitación permanente de su pueblo. Buen provecho.

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