Si pudiéramos hacer una encuesta a los distintos referentes del país, de los más diversos rubros y regiones, podríamos probablemente coincidir que todos los distintos males que nos aquejan tienen un punto en común. Y esta es la falta de aplicación de penas a la corrupción. Este embudo donde se aglutinan, se vería seriamente disminuido si las personas que van a cometer algún acto de corrupción tuvieran una pequeña noción del riesgo al que se verían enfrentados con una justicia que llega más temprano que tarde. Y a todos sin distinción.
Los problemas que vemos cotidianamente publicados en los medios masivos sobre corrupción incluyen casos de soborno de funcionarios públicos, abuso de funciones, tráfico de influencias y el enriquecimiento ilícito, entre otros. Todo esto sucede porque además de la falta de aplicación de penas también hay una carencia de conciencia social. Y ello se da porque hemos crecido rodeados viendo que esto sucede y, en su gran mayoría, sin consecuencias. Es por esa repetición de actos corruptos, publicaciones y luego la ausencia de sanciones, hace que nos vayamos acostumbrando a que es normal y no sea tan grave por su alta frecuencia.
Cuando una persona es testigo de actividades que se repiten, y así en varias personas, nos conlleva a una sociedad anestesiada al respecto. Y, por lo tanto, ya lo consideran parte de su rutina, pues no solo no tenemos ya la capacidad de sorprendernos sino que ya se espera que suceda, lastimosamente.
¿Cómo podemos proyectar un futuro para nuestros hijos si las noticias que nos rodean son tan desalentadoras? Conviviendo con ejemplos de corrupción sin consecuencias, dando a entender que es parte de la normalidad de la función pública no lograremos jamás el cambio.
Debemos de dar prioridad a modificar esta cultura, para que en los próximos años las nuevas generaciones tengan un concepto distinto, con valores como la honestidad y la transparencia como bastiones de una gestión de servicio público. Debemos de planificar distintas etapas de construcción de un combate frontal a esta cultura instalada, teniendo a otros países que han pasado por lo mismo como referentes. Analizando cuáles han sido los factores claves que lograron erradicar por lo menos gran parte del manejo inescrupuloso de los bienes públicos, y como segunda etapa lograr que la sociedad no sea parte de ello.
Además de esto, no debemos bajar los brazos y dejarnos avasallar por lo que pensamos es la mayoría. Probablemente no lo sea, sino capaz que esta realidad se sienta por la amplificación de los casos en los medios que pareciera que solo hay casos negativos. Seguramente hay muchas personas hastiadas de la corrupción, aunque piensen que son las únicas o parte de un pequeño grupo. Deberíamos poder identificarlos y unir esfuerzos ya que muchas organizaciones de la sociedad civil persiguen los mismos principios pero probablemente falte unirlos para darles mayor fuerza. Por todo esto, tenemos que generar una fuerza aglutinadora para poder demostrar, desde la sociedad civil, que no serán parte de esta normalidad que convive con la corrupción sino parte del cambio, ya apremiante.
(*) Directora del Club de Ejecutivos del Paraguay