• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Los ancestrales tambores del pueblo mexicano siguen agitando latidos de insurrección. De lucha por la identidad y la emancipación, como un proceso constante, pero siempre inacabado, para mantener la memoria despierta en la sangre de los que enfrentaron a los fantasmas internos que nunca desaparecen y a las fuerzas extranjeras de dominación, hoy con nuevos rostros y métodos más sofisticados, aunque con los mismos fines expoliadores y de usurpación cultural. Cuando Benito Juárez se convirtió en presidente de la República en 1858 es obligado a ejercer un gobierno itinerante a raíz de la conspiración de los conservadores, los militares y el clero, cuadro que se agrava en 1862 cuando, con el pretexto de una deuda impaga, sufre la invasión de Francia. Napoleón III, apoyado por el papa Pío IX, impuso un poder paralelo: el Imperio mexicano, concediendo al príncipe austriaco Maximiliano de Habsburgo el rango de emperador. Pero el indio zapoteco no cayó preso del desánimo a causa de los traidores ni se dejó seducir por la invitación para formar parte de un régimen ajeno a su propia tierra. Mudaba su gabinete de pueblo en pueblo para preservar el grito de autonomía de su nación. La revista de cultura Humanismo, dirigida por el poeta, escritor y luchador social peruano Mario A. Puga, exiliado en México, le rinde tributo en agosto de 1954: “Hidalgo (Miguel) y Morelos (José María) hicieron libre a México. Benito Juárez consolidó su independencia, abatió la colonia, levantó al indio, emancipó la conciencia y enseñó a nuestros pueblos cómo defenderse de sus enemigos internos y de sus enemigos externos. Su triunfo fue el triunfo del derecho sobre la fuerza, de la libertad sobre la coyunda, de la luz sobre la tiniebla. ‘El respeto al derecho ajeno –afirmó lapidariamente– es la paz’”.

José Martí, con el látigo restallante de su pluma y el fuego incandescente de su alma revolucionaria, durante los momentos de incertidumbre que vivía su patria, Cuba, escribe: “Para consolarnos solo tenemos que mirar al pueblo amigo de México, donde anduvo de fuga el indio Juárez con unos treinta locos, que llamaron luego iluminados, de fuga por los montes, con un imperio a la espalda y una República rapaz al frente, una República que le ofrecía su ayuda en cambio de una concesión ignominiosa, y la nación del indio fugitivo es hoy cortejada como sagaz y como libre, como intelectual y como industrial, por los pueblos poderosos de la tierra, la nación híbrida, la nación de un millón de blancos y siete millones de indios: ¡Levantan el ánimo los que lo tengan cobarde! ¡Con treinta hombres se puede hacer un pueblo!”.

México vuelve a reafirmar su tradición revolucionaria en una acción armada reparadora de los derechos de las clases excluidas, principalmente las rurales, que dura de 1910 hasta 1920, y que el imaginario popular descansó en dos figuras legendarias el triunfo de las demandas agraristas, la expropiación de grandes extensiones de tierras para entregarlas a los campesinos: Emiliano Zapata, el Caudillo del Sur, y Doroteo Arango (Pancho Villa), el Centauro del Norte. De ahí surge la divisa zapatista que han adoptado movimientos similares en la región: “La tierra es para quien la trabaja”.

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Y cuando los libertarios, enemigos del Estado social y partidarios del modelo del zorro libre en el gallinero, pensaron que se iniciaba el irreversible período de conquista en América Latina, la insurrecta voz de los mexicanos envía nuevamente un doble mensaje a nuestros pueblos: por primera vez una mujer dirigirá los destinos de la República y es declaradamente socialista. La ideología satanizada desde la derecha. Pero de un socialismo democrático, como especifica la misma presidenta electa con casi el 60 % de votos del total de sufragantes, Claudia Sheinbaum. A pesar de su meritorio itinerario político (sus padres se movilizaron durante las protestas de 1968), todas las agencias internacionales de noticias se empecinaron en unificar el título que antecede a su nombre: científica. Tiene una licenciatura en Física por la Universidad Nacional Autónoma de México, la más prestigiosa del país; una maestría en Ingeniería Energética, un doctorado en Ingeniería en Energía (todos por la UNAM) y un doctorado en Ingeniería Ambiental por Lawrence Berkeley Laboratory, administrado por la Universidad de California.

Sheinbaum pulverizó atavismos y caducos paradigmas: demostró que el carácter, la capacidad y el conocimiento no vienen enlatados con el género (algunos continúan sosteniendo lo contrario), demolió la campaña de que una descendiente de judíos no podía gobernar en un país eminentemente católico y que iba a representar el continuismo de Andrés Manuel López Obrador, cuyos detractores aplazaron su gestión en todos los sectores y, para colmo, es socialista. Ahora, con libreto repetido, denuncian fraude. Cuestionan el organismo de control que todos contribuyeron a crear. La nueva presidenta viene a confirmar, igual que el indio Benito Juárez, que estamos ante un pueblo de eternos insurgentes. Ahora por las vías democráticas de las urnas. ¡Viva México!

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