DESDE MI MUNDO

  • Por Mariano Nin
  • Columnista

Son las tres de la tarde. Transito por General Santos camino a Lambaré un día cualquiera. Hace frío, pero siento que todos estamos calentándonos en un tráfico infernal.

Muchos nervios, mucha frustración y unas ganas locas de llegar a casa.

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Por un momento nos habíamos olvidado de los limpiavidrios, chicos que ni estudian ni trabajan y se ganan la vida en las calles un poco molestando y otro poco chantajeando a la gente tragándose la dignidad y expuestos a la humillación constante. Esa es la realidad.

Limpiar vidrios no es un trabajo y mucho menos un servicio por el cual tengamos que pagar. Si mi ropa está sucia, la lavo o la llevo a la lavandería y pago por ello, pero nunca voy a aceptar que mi vecino me exija unas monedas por arrebatarme la ropa en un descuido y lavarla medio a la fuerza. En las calles es igual.

Nadie está obligado a pagar por un arrebato de necesidad en un momento de distracción. No es agradable que te tomen por sorpresa. No lo es para nadie y con el tráfico disparándote directamente a los nervios es casi una provocación. Y las calles volvieron a convertirse en campos minados.

El 70 por ciento de los trabajadores informales en situación de calle que se encuentran en los cruces semafóricos de la ciudad de Asunción provienen de las ciudades aledañas del departamento Central.

De pronto me sentí amenazado y tuve miedo. Pudo haber sido una tragedia, pero por suerte no pasó de un gran susto. Y es que un joven cansado del asedio en los semáforos se bajó con un revólver en mano para desafiar y golpear a un limpiavidrios. Hubo insultos, un griterío infernal y una estampida.

Debería de haber sido una llamada de atención. Hace unos años hubo un intento de convenio con unos supermercados para sacar a estos chicos de las calles, pero al final la herida volvió a sangrar y ya no hubo atención.

La situación es compleja. Lo sé. Pero deberían aplicarse políticas interinstitucionales para garantizar que una buena idea no se convierta en un parche.

De no ser así, las cosas irán empeorando hasta que algún nervioso automovilista sacado de sus cabales y con un revólver en mano se enfrente a un limpiavidrios y termine en tragedia, una tragedia que podría evitarse.

Mientras, vamos transitando al filo del caos en calles sin ley. Pero esa… esa es otra historia.

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