Desde mi mundo

  • Por Mariano Nin
  • Columnista

Voy a contarles una historia real con nombres ficticios. Una historia en la que se mezclan varias vidas con un mismo final. Al contrario de otras historias, esta no tendrá un final feliz, pero dimensionar el dolor puede ayudarnos a entender mejor un problema que se repite y no se detiene.

Es pasada la medianoche, Carlos toma un trago mientras Alejandra pone mala cara. Es tarde y mañana tiene que rendir. Le faltan un par de materias y será doctora. En la misma mesa, Pedro y Javier siguen con la fiesta como si fuese la última noche. Piden otra ronda mientras bailan y cantan eufóricos. Son jóvenes divirtiéndose en un feriado largo.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Del otro lado de la ciudad, Arnaldo está cerrando su caja. Trabaja en una bodega, irónicamente no toma, le toca despachar y cobrar. 12 horas al día que nunca terminan cuando las ganas de llegar a casa sobrepasan al sacrificio. Lo esperan su mujer y sus dos hijos. Generalmente llega cansado, pero sabe que la felicidad está allí, en ese momento en que puede abrazar a su familia.

Carlos ya cambió su humor. El cansancio y el alcohol le pasan la factura. Trabaja en un banco mientras sigue sus estudios, es de una familia acomodada. Vino a la fiesta en la camioneta de su padre y con él, Alejandra.

El ruido de la música es ensordecedor. Alejandra le pide que no maneje, sabe que tomó unas copas de más, pero Carlos insiste. Asegura que está bien y que va a manejar despacio. Pedro y Javier están destruidos, pero incitan a Fabián con la famosa frase: “Uno borracho maneja mejor”.

Es el momento en que la alegría y la excitación se juntan con las ganas de llegar a casa para descansar un par de horas y luego, al trabajo. Casi a la misma hora, Arnaldo cierra el negocio, enciende el auto y suspira. A veces el cansancio tiene cara de niños.

Según las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, la principal causa de muerte de las personas de entre 19 y 35 años en nuestro país no está relacionada a enfermedades, sino a los accidentes de tránsito.

En conversación con Carlos Martini, la inspectora de la Patrulla Caminera Patricia Ferreira le decía que, en una semana (la que pasó), tuvieron 40 accidentes, solo lo que registraron ellos. El dato se puede duplicar si se registraran o se denunciaran todos los accidentes.

Carlos sube el volumen de la radio mientras Alejandra revisa el celular. Pedro y Javier cantan desbordados, mientras ríen a carcajadas. Nadie se dio cuenta de que venían a una velocidad criminal. Algunos testigos dijeron que el chofer esquivo un bache…

El choque fue tan brutal que los forenses especularon que todos murieron en el acto. No hubo tiempo de reaccionar. No hubo manera de esquivar el impacto. No hubo forma de evitar la tragedia.

El auto de Arnaldo quedó hecho un amasijo de hierros retorcidos. Nunca vio venir la tragedia. La camioneta dio un par de vueltas y se estrelló contra una columna que cayó como un misil sobre el vehículo. Los bomberos llegaron a prisa solo para descubrir una imagen desoladora de destrucción y muerte.

Jóvenes con un futuro, un hombre que salía a pelearla cada día, van a dejar un doloroso manto de luto a familias destrozadas por un instante donde se mezcló irresponsabilidad y desidia.

Cada 8 horas muere una persona a raíz de los sucesos viales en Paraguay. El accidente es la punta del iceberg.

Los accidentes también golpean a nuestra economía. Los costos directos atribuibles a la atención de pacientes traumatizados van de 682 dólares a 780 dólares por día por paciente.

La historia y sus protagonistas son ficticios, pero cambiando los nombres y las características son situaciones que se repiten irremediablemente a lo largo de todo el país.

La Agencia Nacional de Tránsito y Seguridad Vial contabiliza un promedio de 40.000 personas accidentadas por año, de las cuales 52 por ciento corresponde a motociclistas que totalizan 400 fallecidos por año y de estos, 40 jóvenes de 15 a 35 años que quedan en estado vegetativo.

Irresponsabilidad sobre autos y motos, alcohol y malísima infraestructura pueden convertir la fiesta en una tragedia. Estos son días en los que vivimos apurados, estresados y con enormes ganas de llegar a casa. Pero más importante que llegar temprano, seguirá siendo llegar. Pero esa… esa es otra historia.

Déjanos tus comentarios en Voiz