• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Las movilizaciones populares –urbanas, rurales o mixtas– siempre serán un soplo de aire fresco para que la democracia siga respirando por el pulmón de la libertad, la justicia y la defensa de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. Son factores de presión que, paradójicamente, contribuyen a descomprimir los conflictos sectoriales mediante la instalación de una mesa de diálogo donde, previamente, las partes se conceden mutua legitimidad para negociar.

El paro y la posterior marcha de los estudiantes de la Universidad Nacional de Asunción, por ejemplo, reclamando un reaseguro que garantice el Arancel Cero en sus distintas facultades, es un acicate para que este modelo de Gobierno –la democracia– no se convierta en un régimen anquilosado y esclerótico que solo se mueva por la inercia de los acontecimientos ya planificados. Son sacudidas que obligan a desempolvar los músculos del cerebro para abrir otras puertas a la creatividad y la eficacia. Es por ello, quizás, que el sociólogo austriaco Albert Schäffle marcaba una línea demarcatoria entre las “cuestiones rutinarias del Estado”, aquellas que se repiten con regularidad, y “los asuntos de la política” en que se tienen que “tomar resoluciones ante situaciones nuevas y únicas” (citado por Karl Mannheim).

Sin embargo, como ya lo dije días atrás, estas manifestaciones de protesta y reivindicación son eventuales y cerradas. No avanzan a un siguiente nivel del juego democrático. Una vez satisfechas sus demandas, los estudiantes volverán a sus claustros para reiniciar su proceso de formación en la búsqueda de un título profesional que pueda acreditarles, a su vez, una vida digna mediante el trabajo honesto. Su conciencia, por tanto, es reducida al ámbito de su existencia coyuntural. Sus logros, consecuentemente, son efímeros porque no los plantean como una dialéctica revolucionaria entre la ideología de la clase dominante y la utopía de una clase ascendente. Lo más probable –la experiencia histórica es elocuente– es que los protagonistas de hoy contribuyan mañana a reproducir, por acción u omisión, las estructuras del viejo orden.

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¿Dónde están los líderes de aquella gesta memorable de “UNA no te calles”? Mi memoria rescata a un diputado opositor: Raúl Benítez. Los demás, quizás, estén trabajando en proyectos sociales, alguna organización no gubernamental o formando parte de un equipo que busca apuntalar iniciativas populares desde sus propios espacios. Pero lo concreto es que están invisibilizados, tal vez, porque así lo desean. No obstante, para un giro radical de liderazgos, dentro de todas las organizaciones partidarias –de las viejas y de las nuevas– se precisan de conductores que asuman públicamente su papel, de manera coherente, permanente y consecuente (Fernando Savater).

Las dos últimas veces que los estudiantes se constituyeron en conciencia popular fueron en 1959, reclamo por la suba de pasajes en el transporte público; y en 1969, protesta por la presencia del gobernador del estado de Nueva York, Nelson Rockefeller, por considerarlo como uno de los instigadores de la Guerra del Chaco, puesto que la Compañía Standard Oil, propiedad de su familia, operaba en Bolivia. La represión, en ambos casos, fue brutal.

En esta última insurgencia cívica, la del 20 de junio del 69, los extremos se tocaron: estudiantes del Colegio Nacional de la Capital (CNC), hijos del pueblo, cerraron con barricadas la avenida Eusebio Ayala, mientras que alumnos de los colegios San José y Goethe clausuraron con fogatas la avenida España. Cerca de ambas instituciones se encontraba entonces la Facultad de Ingeniería, donde se habían atrincherado cerca de 400 universitarios, quienes sufrieron el asalto de policías y civiles armados de mangueras recortadas y garrotes.

Diez años atrás, los alumnos de la secundaria, especialmente del CNC, ya habían protagonizado una espectacular insurgencia pacífica, por los motivos ya explicados. El 29 de mayo de 1959, posterior a la salvaje represión, hubo un masivo apresamiento de los dirigentes de las instituciones del nivel secundario. En la plaza Italia, denunciaba el Centro Colorado Blas Garay”, estudiantes “concentrados en dicho lugar fueron impunemente agredidos por efectivos de la Policía de la capital, con gases y la montada”. Pero no se limitaron “a la simple disolución de la reunión, sino que procedieron a una alevosa persecución de los jóvenes hasta alejados sitios del punto de reunión, y de cuya consecuencia resultaron compañeros heridos y lesionados”.

Y concluye el comunicado repudiando el atropello y solicitando sanción a las autoridades responsables. Un total de 192 estudiantes fueron a parar por varias semanas a la Guardia de Seguridad, en Tacumbú. Al día siguiente, el 30, la misma organización estudiantil anunciaba la detención de Carlos Zayas Vallejos, Abel dos Santos, José D. Miranda, Enrique Riera, Miguel Ángel González Casabianca, Fulgencio Aldana, José Zacarías Arza, Osvaldo Chaves, Waldino Ramón Lovera, Mario Mallorquín, Luis O. Boettner y Eladio Montanía.

Las exigencias universitarias, reitero, son cíclicas y específicas, pero no son constantes ni acompañan las reivindicaciones de otros sectores sociales, especialmente obreros y campesinos. No existe un derrotero posterior fuera del círculo académico. Otorgando una valoración especial a estas movilizaciones por las razones ya expuestas, lo ideal sería que prosiguieran con la actitud de inconformismo buscando transformar la realidad mediante un proceso asiduo y coherente. Para eso hay que involucrarse, directa y abiertamente.

De Bertolt Brecht rescatamos el conocido poema: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida; esos son los imprescindibles”. La lucha debería continuar más allá del campus, porque, entre la rebeldía de hoy y la mentalidad burguesa de mañana, hay un breve y tentador trecho. Buen provecho.

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