• Por Juan Carlos Dos Santos G.
  • Columnista

La violencia no da tregua a los ecuatorianos, a pesar de las medidas que ha venido implementando el gobierno de Daniel Noboa, como el estado de excepción decretado desde enero de este año, lo que llevó a militarizar las principales ciudades del país.

Durante la Semana Santa que acaba de concluir, solo en tres ataques vinculados al crimen organizado, murieron 17 personas y decenas más resultaron heridas.

En la localidad balnearia de Ayampei, provincia de Manabí, en pleno Jueves Santo, seis adultos y cinco niños, todos turistas ecuatorianos, fueron sacados del hotel donde se alojaban, por una veintena de hombres encapuchados. Horas más tarde, cinco adultos de este grupo fueron hallados asesinados en una ruta cercana, más hacia el sur del lugar de donde fueron sacados.

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Ninguna de estas personas asesinadas tenían vínculos con la delincuencia y prácticamente se ha confirmado que se trataría de “un error” por parte de este grupo criminal, quienes buscaban a otras personas. Dos días después, otras nueve personas que compartían un partido de vóley fueron asesinadas al sur de Guayaquil.

Estas muertes y todos los actos violentos que suceden a lo largo y ancho del país son atribuidas a grupos criminales que han venido creciendo, ganando espacio y poder, además de dinero por supuesto, desde que eran unos “simples” pandilleros. De hecho, una de las medidas dictadas por el gobierno de Noboa ha sido designar a las pandillas como terroristas, pero esto no ha contribuido a que la violencia disminuya.

Las autoridades se han sincerado con las cifras y de enero a marzo de este año, la criminalidad se ha incrementado, siendo Guayaquil en donde esto es más notorio pues las cifras se han quintuplicado en los casos de extorsión y secuestro.

Esta situación me recuerda a lo vivido en Honduras a finales de la primera década de este milenio. La ciudad de San Pedro Sula, donde residía en aquellos años, era la más violenta del mundo, según las mediciones de los índices de criminalidad, por encima incluso de Kabul y Bagdad, capitales de dos países en guerra contra una coalición occidental en aquel entonces y todo era responsabilidad de las pandillas que iban ganando dinero, espacio y poder a medida que se involucraban con los carteles de drogas de México.

La situación que vivió ese país es similar a lo que se está formando en Ecuador, las pandillas que mutan para convertirse en grupos criminales con poder y de allí se convierten en trasnacionales y amplían su red. El gran problema que hoy vive Ecuador, ya lo vivieron México y Honduras y un poco antes, Colombia. Lo peor de esto, si cabe el término peor, es lo contagioso que resulta esta situación. Estamos a tiempo.

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