Después de toda esta semana intensa cómo no explotar de alegría con esta noticia. Cristo Resucitó. La vida venció a la muerte. Ni la muerte es más fuerte que Dios. La sepultura está vacía. María es toda alegría, no fue defraudada. Como también no será nadie de los que en él esperan.
La resurrección de Cristo es la comprobación de: que su proyecto de amor y de servicio era correcto, y que vale la pena asumirlo; que perdonar a los demás aun cuando nos clavan es lo mejor para no cargar pesos en el corazón; que dar la otra mejilla no significa ser el perdedor; que amar y ayudar hasta a los enemigos no es ser un chiflado; que el cielo es el mejor lugar para guardar nuestros tesoros; que no necesitamos pisar en nadie para poder crecer; que lavar los pies de los demás espontáneamente no es perder la dignidad; que acoger a los pecadores y a las prostitutas no me contamina; que no juzgar o condenar a nadie no me hace un despistado; y en fin que el mal aun siendo fuerte no vencerá; pues solamente Jesús venció al mundo, y aquellos que están con él podrán participar de su victoria.
¡Felices Pascuas! Que Cristo Resucitado sea la luz de tu vida.
Un fuerte abrazo, en el amor de Cristo que nos une.
El Señor te bendiga y te guarde, El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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“El Señor Jesús, después de hablarles, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios” Mc 16, 19
- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
Ya casi al final del tiempo de Pascua la Iglesia nos invita a celebrar la ascensión de Jesús al cielo.
La Biblia dice que cuarenta días después de su resurrección, habiendo aparecido muchas veces a sus apóstoles, confirmándoles en la fe, el Señor Jesús subió al cielo para sentarse a la derecha de Dios Padre.
Pero, ¿por qué es importante celebrar esta fiesta? ¿Qué es lo que la Iglesia nos quiere enseñar?
Celebramos con gran alegría la venida de Dios en la historia con las fiestas de la anunciación, de la navidad y de la epifanía. Y nos parece muy lógico hacerlo, al final es estupendo conocer el misterio del Dios que nos visita. Pero si no entendemos bien, puede parecer extraño que nos alegremos por su partida.
Ciertamente, celebrar la ascensión de Jesús al cielo, no es celebrar el abandono de Dios. No significa decir que, estando a la derecha del Padre, ahora Él es un Dios distante, que ya no tiene más nada que ver con nosotros. La última frase del evangelio de San Mateo, nos habla muy claramente: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo”.
La nueva alianza con Dios, fundada en el misterio de Jesucristo, hombre-Dios, es nueva y eterna, y por eso no puede ser quebrada, aun menos por Dios, quien fue el que tuvo la iniciativa de ofrecérnosla.
La Ascensión de Jesús señala entonces el inicio de una nueva fase en nuestra relación con Dios. Ahora ya no tendremos más el privilegio de poder verlo, de abrazarlo, de dejar que él nos lave los pies, de tocar con nuestros dedos sus llagas y su costado, de comer el pan por él multiplicado, pues, como eventos históricos, estas cosas ya pasaron. Pero, como decía San León Magno: “Todo lo que en Jesús fue evento, a través de la Iglesia, son para nosotros sacramentos”. Nuestra nueva relación con él se da en el Espíritu Santo.
Es a través del Espíritu Santo que la Iglesia, en los sacramentos, hace viva y eficaz toda la obra salvadora de Jesucristo. En la fuerza del Espíritu, el bautismo, la confirmación, la Eucaristía, la reconciliación, la unción, el matrimonio y el orden son, para nosotros, el modo sacramental de sentir su presencia con nosotros, todos los días hasta el final del mundo.
Alguien podría pensar que si él estuviera presente “en carne y hueso”, sería más fácil el sentir su acción en nuestras vidas. Pero esto puede ser un pensamiento ingenuo. De hecho, muchos de aquellos que estuvieron junto a Jesús, aun así, no tuvieron fe ni transformaron sus vidas. Muchos, tan encerrados en sus prejuicios, ni percibieron que Dios caminaba con ellos. Por otro lado, con fe, los sacramentos dejados por Jesús son suficientes para experimentar su acción en nuestras vidas, para acoger su reino, para vencer todas las pruebas y para transformarnos continuamente en su imagen.
Por eso, celebrar la Ascensión de Jesús es profesar nuestra fe en su presencia actuante en nuestro medio. Es abrirnos a la gracia de su Santo Espíritu, que nos hace recordar todas sus palabras y sus gestos, descubriendo el sentido profundo de cada uno de ellos y permitiendo que él continúe en nosotros la obra empezada.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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Jesús nos propone el amor en su sentido pleno
- Por Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capucchino
Muchas veces hablamos del amor en un modo muy superficial. En nuestros días esta palabra perdió mucho de su fuerza y se llama amor hasta a un simple y pasajero sentimiento o algunos lo llaman hasta mismo a una ocasional relación sexual.
Seguramente no es de este tipo de amor que hoy nos quiere hablar Jesús. Él nos propone el amor en su sentido pleno, con toda su fuerza, con toda su exigencia.
Nosotros ya conocemos la fórmula: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Esta era la segunda parte del mandamiento más importante del Antiguo Testamento. Jesús está de acuerdo con esta propuesta. Ya es sin dudas una gran cosa amar a nuestro prójimo del mismo modo como nos amamos a nosotros mismos y hacer a él exactamente como queremos que nos hagan; tratarlo con el mismo respeto que queremos ser tratados; y ofrecer a él las mismas posibilidades que tenemos nosotros.
Tener este grado de amor por los demás es una gran victoria sobre nuestro egoísmo, y esto no siempre es muy fácil. En nuestra vida cotidiana este amor se revela en cosas muy sencillas, como sería no buscar tener ventajas sobre los demás. Un ejemplo muy concreto es respetar una fila, sin buscar pasar delante de nadie: así como no me gusta que nadie se meta por delante porque es injusto, también yo no tengo el derecho de hacerlo. Lo mismo en los trabajos que tenemos que hacer, en las responsabilidades civiles, en el tráfico, en la mesa.
Amar a los demás como nos amamos a nosotros mismo, de modo muy sencillo, significa preguntarse siempre “esto que estoy por hacer si otro lo hiciera, ¿cómo me sentiría?”. Y también delante de los equívocos del otro preguntarse: “Y si fuera yo el equivocado, ¿como me gustaría que me tratase?”. Estoy seguro que si conseguimos vivir esta propuesta de “amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos” el mundo ya sería muy diferente. Palabras como: “Ya no se puede confiar más en nadie!”, “quien puede más, llora menos”, “el mundo es de los expertos” perderían el sentido.
En el fondo este mandamiento tiene sus raíces en la igualdad de todas las personas y la necesidad de respetar a todos y es la base de la convivencia social.
Todavía, si no bastara la exigencia de este mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, Jesús resucitado lo renueva y lo deja aún más exigente: “Ámense unos con otros como yo los he amado”. El criterio del amor no es más nosotros mismos. Ahora, es Él, que fue capaz de dar su propia vida por nosotros, quien se transforma en el criterio del amor cristiano.
Jesucristo nos amó más que a sí mismo, y por eso fue capaz de dar su vida. Él por amor hacia nosotros no hizo caso a la justicia y aún sin tener siquiera un pecado aceptó ser condenado y muerto, para librarnos de la culpa.
Por eso, como hizo Él, también nosotros, que nos llamamos cristianos, debemos hacer. Debemos amar a los demás más de lo que nos amamos a nosotros mismos. Al cristiano no le basta amar al prójimo como a sí mismo, es necesario amarlo como Jesús nos amó. En lo concreto esto significa, para usar el mismo ejemplo, no solo respetar la fila sin buscar pasar a nadie, pero ser capaz de dar nuestro puesto a una persona que llegó después e ir al último lugar de nuevo. Es ser capaz no solo de dividir igual, pero de dar la mejor parte al otro. Es ser capaz de hacer el bien, a quien te hizo el mal. Es ser capaz de ayudar a quien te lastimó. Es ser capaz de perdonar a quien gratuitamente te ofendió.
Yo sé que esto es muy difícil. Yo mismo estoy aún muy lejos de conseguir vivir de este modo. Pero, ¡no puedo callarme! Estoy convencido que este es el ideal de Jesucristo, y todos nosotros que queremos ser verdaderos cristianos tenemos que buscar de concretizarlo.
Pienso que la única posibilidad que tengo para poder realizar este ideal de “amar a los demás como Jesucristo me amó” es dejándome contagiar por Él. Es escuchando atentamente su palabra, pidiendo continuamente que su Espíritu actúe en mi vida, participando siempre de la eucaristía, recibiendo su cuerpo y su sangre, esforzándome cotidianamente por vencer mi egoísmo hasta en las pequeñas cosas y preguntándome siempre: ¿en mi lugar qué haría Jesús? (Que gran cambio: ahora la pregunta no es más ¿Qué me gustaría que me hagan?, sino que, ¿qué haría Jesús?).
Creo que solamente así, despacito, acontecerá con nosotros lo mismo que con Paulo y podremos entonces decir: “Ya no soy yo quien vivo, es Cristo que vive en mí”.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.
“Mi mandamiento es este: ámense unos con otros como yo los he amado. No hay amor más grande que este: dar la vida por sus amigos”. Jn 15, 12-13.
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Dijo Jesús: “Esto estaba escrito: los sufrimientos de Cristo, su resurrección...” Lc 24, 46-48
- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
“Dijo Jesús: ‘Esto estaba escrito: los sufrimientos de Cristo, su resurrección...’de entre los muertos al tercer día y la predicación que ha de hacerse en su Nombre a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, invitándoles a que se conviertan y sean perdonados de sus pecados. Y ustedes son testigos de todo esto” Lc 24, 46-48.
Queridos hermanos, estamos en el tercer domingo de la gran Fiesta de la Pascua y una vez más Cristo resucitado se presenta en nuestras vidas y nos invita a ser testigos de su resurrección.
La resurrección de Cristo era una novedad tan grande para los apóstoles, que al inicio era muy difícil para ellos creer. Aunque el propio Jesús les había intentado preparar, de igual modo era una cosa tan extraordinaria que les parecía un sueño, una fantasía. Fueron necesarias varias apariciones de Jesús y también la ayuda del Espíritu Santo para que los discípulos pudiesen abrir los ojos de la fe y descubrir en la vida particular de cada uno, así como en la comunidad, la fuerza vivificante de esta novedad: la muerte fue vencida.
Pero Jesús fue paciente con ellos. Se presentaba a los apóstoles, les mostraba las manos y el costado, les hablaba de las profecías en las escrituras, compartía en la mesa con ellos... y así despacito, lo que al inicio era un miedo, se transformaba en una contagiante alegría, e iba creando raíces. Los apóstoles empezaron a entender la grandeza de lo que significaba la resurrección de Cristo y también sus consecuencias en sus vidas. Muchas cosas estaban cambiando en sus ideas y proyectos, pues aquel hombre que el mundo creía haber derrotado en la cruz, ahora gozaba de una vida nueva y muy superior a la anterior, pues ya nada le podía hacer mal. El que parecía derrotado, era en verdad el único victorioso.
Su resurrección hacía que cada palabra que él había antes pronunciado ahora recibiera un nuevo valor. Con su resurrección, por ejemplo: “Amar a los enemigos” encontraba su real sentido, no era un consejo ingenuo, pero sí el camino justo para la victoria, así como el perdón, la caridad, la amistad, la fidelidad.
Es por eso que los apóstoles en la medida que entendían lo que realmente sucedió con Jesús se trasformaban en sus testigos, sin miedo ni cuidados, pues habían entendido que por la cruz pasaba la victoria sobre el mal, y si alguien los amenazaba, al final, solo les confirmaba en el camino.
Infelizmente hoy son pocos los que meditan en el significado de la resurrección de Cristo y paralizados por el miedo no encuentran el modo de ser sus testigos. Dejemos al Señor entrar en nuestras vidas, dejémoslo hablar a nuestros corazones, para que también nosotros podamos dar testimonio de Él.
El Señor te bendiga y te guarde-
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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Testigos de la crucifixión
Entramos en la Semana Santa, en que se recuerda la crucifixión, muerte y resurrección de Cristo.
La Biblia sitúa este acontecimiento como el eje de la historia de la humanidad, ya que era la consumación del acto de redención de Dios hacia la humanidad perdida.
Es algo tan transcendental para la doctrina cristiana que el apóstol Pablo dice que la resurrección es la verdad donde se sustenta el cristianismo (1 Corintios 15.13, 14). Pero solo puede haber resurrección si hay muerte previa, por eso, es fundamental entender la crucifixión.Pablo mismo, usando una hipérbole para darnos a entender lo crucial de este acontecimiento, dice en 1 de Corintios 2.2: “Pues me propuse no saber entre nosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado”. La doctrina central del cristianismo es esta, porque fue un acto de justicia que Dios requería para el perdón de los pecados. La crucifixión de Cristo fue vista por muchas personas, con diferentes ópticas.
Para Pilatos, fue el escape a una situación política compleja y él usó a Cristo para calmar a sus adversarios. Pilatos representa a aquellos que tienen un grado de luz sobre Cristo y entienden que Él es justo, pero la presión de la sociedad y las conveniencias mundanas superan sus convicciones y deciden “lavarse las manos” (se excusan) y no tener parte con Él. Para los saduceos, fue una manera de quitar de escena a Cristo, para librarse de un pleito con Roma y así mantener el estatus de poder que tenían. Ellos, junto a los fariseos, representan a los religiosos, aquellos que creen que, por ser parte de una comunidad de fe o por algún tipo de linaje espiritual, o por tener un cierto estatus social y ser gente de alta moral o referentes, se ganan el favor de Dios. Pero la verdad es que, justamente, representan todo lo contrario, pues actúan hipócritamente, ya que aparentan lo que no son. Jesús los llamó “hijos del diablo” y “generación de víboras”.
Para los fariseos, la muerte de Cristo significaba el fin de alguien a quien envidiaban profundamente y de alguien que acusaba sus conciencias. Representan a aquellos que prefieren no oír ni saber nada de Cristo por temor a que sus conciencias sean golpeadas y, en cierta medida, representan a la mayoría, ya que ellos también eran religiosos, tenían una religión y fe, pero eran hipócritas, gustaban de las apariencias.
Para el ladrón arrepentido, la muerte de Cristo fue un acto sumamente injusto y una oportunidad para salvarse. Para el ladrón no arrepentido, la muerte de Cristo significó una oportunidad perdida para salvar su vida y salvarse de pagar las consecuencias de sus fechorías. Para Barrabás, fue la brillante oportunidad de salvarse de la muerte. Barrabás nos representa a todos.
Él era el que debía ser crucificado, él era el culpable, pero se salvó porque Cristo murió en su lugar. Esto nos habla de la doctrina de la gracia, de un regalo inmerecido: Cristo muriendo por el pecador. Para la multitud indiferente y algunos soldados romanos que se burlaron de él, fue la muerte de un reo más entre las miles que ya había habido. Representan a un mundo indiferente ante el mensaje de la Cruz, representan a aquellos a quienes no les interesa en lo más mínimo el sacrificio de Cristo. Ese grupo no es amigo ni es hostil al sacrificio; sencillamente, es indiferente, no le interesa.
Para María, es un cumplimiento profético: “Una espada atravesará tu alma” y el momento más doloroso de su vida. Ella representa a una persona comprometida, profunda, santa, consciente de tamaña entrega. Una persona totalmente identificada con el crucificado, alguien que no puede ver la cruz sin lágrimas en sus ojos, pues contempla en ella el amor más profundo y el sacrificio más grande por amor a quienes no se lo merecían. ¿Con quién te identificas tú?