Decía Marcel Proust: “El perfume es la última y mejor reserva del pasado, la que cuando todas las lágrimas se han secado, puede hacer que volvamos a llorar”. De hecho, es a esto lo que se conoce como “efecto Proust”: los aromas nos recuerdan a personas que ya no están debido a la poderosa conexión entre el olfato, la memoria y las emociones, y se refiere a la capacidad de los olores de evocar recuerdos autobiográficos de manera intensa. Los olores activan áreas específicas del cerebro, como el hipocampo y la amígdala, relacionadas con la memoria y las emociones, lo que desencadena la rememoración de experiencias pasadas. A través de una compleja red de conexiones neuronales, los olores pueden despertar recuerdos emocionales arraigados en nuestro acervo emocional, permitiéndonos revivir momentos del pasado de forma vívida y nostálgica.
Gracias a los sentidos del olfato y el gusto podemos percibir un elevadísimo número de moléculas presentes en el mundo exterior. Estas están relacionadas no solo con las sustancias alimentarias, sino también con otras potencialmente peligrosas. La memoria de sus efectos permite aceptar o rechazar algunas de ellas a largo plazo. Además, en muchas especies (aunque no en la nuestra) el olfato facilita la detección de feromonas, las cuales producen importantes cambios conductuales. Pero... ¿cómo percibimos los olores? En 2004 el Premio Nobel se concedió a Linda B. Buck y Ricard Axel, quienes demostraron que los receptores olfatorios son proteínas sensibles a la presencia de determinados olores. Estas proteínas se localizan en las terminaciones sensibles de neuronas receptoras ubicadas en las fosas nasales. En los seres humanos hay unas 350 proteínas diferentes, pero otras especies, como el ratón, expresan más de mil. Parecen pocas, pero cada sustancia olorosa activa una combinación de estos receptores. Por eso, la cantidad de olores diferentes que se pueden percibir es enorme en la práctica.
Hay una diferencia fundamental en la forma en que la información procedente de los distintos tipos de modalidades sensoriales (visión, tacto, presión, dolor, audición, equilibrio, gusto y olfato) llega al cerebro. Todas estas vías nerviosas, salvo la olfacción, llegan a la corteza cerebral. Allí alcanzan un nivel consciente, a través del tálamo. Este último se denomina así porque es como un lecho sobre el que se asienta toda la corteza cerebral, además de ser parte del cerebro donde se almacenan los olores. Por el contrario, las vías nerviosas que transmiten la información olfatoria alcanzan directamente centros nerviosos relacionados con nuestro mundo interior. O sea, aquel en el que se genera y almacena nuestro acervo emocional, tanto consciente como inconsciente. Entre estas estructuras nerviosas destacan en primer lugar, el núcleo de la amígdala relacionado principalmente con emociones negativas o desagradables y con aprendizajes de tipo aversivo orientados a evitar estímulos que evoquen esas situaciones. En segundo lugar está el hipocampo. En él se procesan o se reactivan las memorias que conforman nuestra autobiografía no solo cognitiva sino también sentimental. Son las denominadas memorias episódicas, las cuales permiten, incluso a muy largo plazo, el recuerdo consciente de momentos personales y precisos de nuestro pasado. Y, por último, una porción de la corteza situada en la región más anterior del cerebro, la corteza orbitofrontal. Esta se relaciona con la toma de decisiones. Es decir, con nuestra capacidad de elegir entre distintas alternativas.
En resumen, la argumentación arriba indicada, basada sobre todo en consideraciones de tipo neuroanatómico, es la mejor fundamentación disponible hasta el momento para justificar por qué los estímulos olfatorios asociados a importantes vivencias ocurridas durante nuestra infancia tienen tanto poder evocador. En cualquier caso, otros estímulos sensoriales, como la música, tienen también un fácil acceso a nuestro mundo emocional. Por eso, los neurocientíficos tratan de dilucidar desde hace unos años no ya dónde, sino también cómo tiene lugar la reactivación de memorias con una fuerte tonalidad emocional y que están asociadas a estímulos sensoriales olfatorios o de otras modalidades sensoriales.
Desde un punto de vista psicológico experimental parece cierto que estímulos de origen olfatorio se mantienen más tiempo en la memoria que, por ejemplo, otros de origen visual. Muchos de estos conocimientos se usan ya en terapias diversas y también podemos usarlas en nuestro día a día, en las Neurociencias cotidianas que nos ayuden a mejorar en todos los ámbitos.
Pero eso ya es motivo DE LA CABEZA para otros domingos. Nos vemos en una semana.