Hay bienestar cuando las intenciones de crecer se apoderan de los pensamientos. Allí nace la prosperidad del ser. El desarrollo favorable de las ideas se ampara en concepciones internas que pregonan lo que Aristóteles llamaba eudaimonia, que para el maestro era hacer y vivir el bien. En esa usina de representaciones mentales comienza el desafío de vivir el poder de elegir. La conciencia de semejante prerrogativa existencial debe fortalecer la vocación de asumir la construcción de la vida.

Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.), filósofo griego, esbozó sus propios argumentos acerca de los logros que el ser humano, en su calidad de animal racional, es capaz de conquistar. Por eso conecta a la eudaimonia con el actuar, permitiendo que en ese proceder se puedan manifestar las virtudes propias que permitan conseguir lo que denominaba aretē, que es la excelencia. Esta última, entre sus acepciones, es la expresión de bondad que hace digna de aprecio y estima a una persona o a una cosa.

Es la bondad la inclinación a hacer el bien, por lo tanto, su influencia acredita atención. La bondad ejemplifica al comportamiento virtuoso. Es la cualidad de lo bueno. Bondad, del latín bonitas, integrado por bonus que es bueno y el sufijo dad en castellano, que es cualidad. Por eso, es vital que cada ser humano pueda conocerse a sí mismo, así podrá identificar el imperio de sus capacidades, las que deberá aprender a conquistar durante toda su existencia, y en donde la formación será determinante.

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Para Aristóteles en los hechos se demostraba la capacidad de ser bueno. La filosofía práctica pregonada por el maestro nacido en Estagira se fundamentó en la búsqueda del bienestar humano. Es una lección histórica que convoca a cada persona y que impulsa a crecer.

Es la razón la capacidad de la mente humana para establecer relaciones entre ideas o conceptos y obtener conclusiones o formar juicios. En la visión aristotélica la razón práctica construye hábitos. Por lo tanto, es la vida cotidiana la fuente de oportunidades para activar constantemente argumentos que ayuden a sostener juicios que estimulen el auge de conductas virtuosas. Así, el vivir bien requiere compromiso con uno mismo para poder desenvolver aquello que lo caracteriza y ponerlo a disposición del contexto en que habita. Acercarlo al otro, compartirlo con el otro. Dando paso a la perspectiva de vivamos bien y construyamos juntos.

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