Existe una hermosa leyenda que cuenta el por qué el amor es ciego. Dice que una vez se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. El aburrimiento no paraba de bostezar. Y al tercer bostezo, la Locura, en un intento de buscar algo divertido, les propuso:

–¿Jugamos al escondite? Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…– comenzó a contar la Locura y comenzó a buscar al resto de las emociones.

Cuando la Locura llegó a 1.000, el Amor no había encontrado todavía un lugar donde esconderse, pues todo estaba ya ocupado. Al final, en un rincón del jardín encontró un rosal lleno de espinas, y como se pudo imaginar, nadie se había ocultado allí.

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–¡Y mil – dijo la Locura, y comenzó a buscar.

Una a una fueron apareciendo las emociones escondidas. Pero al Amor, al Amor no lo pudo encontrar por ninguna parte. La Locura buscó detrás de cada árbol, en cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas…, y cuando estaba a punto de darse por vencida, divisó un rosal con bellas rosas rojas que lo adornaban.

La Locura se acercó a él, y con poco cuidado comenzó a mover sus ramas pues por ser loca no tenía miedo a las espinas. Cuando de pronto, un doloroso grito se escuchó: las espinas habían herido los ojos del Amor. La Locura no sabía qué hacer para disculparse. Lloró, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo. Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la Tierra, el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña.

Dejando de lado esta romántica versión del por qué el amor es ciego, realmente y la verdad es que es así: cuando alguien se enamora no tiene razón ni justificativos que lo hagan ceder en su propósito. Esto sucede porque cuando nos enamoramos producimos, entre otras, una sustancia llamada feniletilamina, característica de las primeras fases del enamoramiento. Si bien enamorarse es una cuestión más compleja que una sola molécula, la feniletilamina (FEA por sus siglas) es la responsable de anular todas las otras respuestas posibles, haciendo que la persona se fije solamente en quien le produce la secreción de esa sustancia.

Esta sustancia pertenece a la familia de las aminas y se cree que desempeña un papel en la regulación del estado de ánimo y las emociones. En el contexto del enamoramiento, la feniletilamina ha sido apodada a veces la “molécula del amor” debido a su presencia en niveles elevados durante las fases iniciales de una relación romántica. Cuando una persona se enamora, su cuerpo puede experimentar un aumento en la liberación de feniletilamina, así como de otras sustancias químicas como la dopamina y la oxitocina. Estas sustancias están asociadas con la sensación de felicidad, excitación y apego emocional.

Es importante destacar que, aunque la feniletilamina puede desempeñar un papel en el enamoramiento, este proceso es muy complejo y está influenciado por una combinación de factores físicos, psicológicos y sociales. Además, la feniletilamina también se encuentra en alimentos como el chocolate, aunque en cantidades pequeñas, y se ha sugerido que su consumo puede tener efectos leves en el estado de ánimo.

Así que, de ahora en más, cuando estás enamorado, siempre es cuestión de la FEA…, es decir, la feniletilamina, la que, junto a otras sustancias neuroactivas, nos hace cometer locuras por ver o estar, aunque sea un momento con la persona amada sin importar nada más. Porque el amor es ciego, aunque sea algo DE LA CABEZA y no del corazón. ¡Nos leemos en una semana!

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