A diferencia de Pitágoras, el nombre de Protágoras es poco conocido. Sin embargo, este tiene más seguidores que el famoso autor del teorema, ya que es considerado como el primer sofista de la historia. Nació casi 500 años a.C. en la costa del mar Egeo.

Para aplicar las matemáticas, una persona debe estudiar; para practicar el sofisma no es necesario, cualquiera puede hacerlo naturalmente. Ambos son peligrosos. Gracias a la primera, el hombre pudo crear las bombas atómicas, pero el segundo es capaz de iniciar grandes guerras.

Según el diccionario de la lengua española, sofisma es una “razón o argumento falso con apariencia de verdad”, lo que pone a prueba la inteligencia de cada uno. Pero esta definición es incompleta. Faltaría aclarar que, aunque en apariencia la falacia y el sofisma son parecidos, la primera puede proponer una idea incorrecta sin intención de mentir, pero el sofisma es un razonamiento equivocado que, quien lo produce, es consciente de que es un engaño y su intención es tergiversar o manipular.

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Las muestras de los sofismas son muchas, como por ejemplo, llegué tarde al aeropuerto y perdí el vuelo que se accidentó, por lo tanto, es bueno llegar tarde. Otra proposición deliberadamente incorrecta es que los brasileños son americanos; los argentinos no son brasileños, por lo tanto, los argentinos no son americanos.

En los últimos días hemos sido inundados por sofistas profesionales que hicieron y siguen haciendo gala de su arte, con tanta habilidad que Protágoras se sentiría orgulloso de sus discípulos, incluso argumentando peligrosamente a los miembros de la sociedad a través de las redes sociales y medios de comunicación para engañar y obtener un beneficio.

Con vehemencia, unos argumentaron que la pérdida de la investidura realizada en el Congreso Nacional ponía en peligro la democracia. Como la persona juzgada era de la oposición, los oficialistas buscaban hacerse con todo el poder de manera autoritaria, pero “olvidaron” mencionar los hechos ilegales cometidos por la persona juzgada o que el sustituto no era oficialista.

Otros afirmaron que el juicio político era un atropello a la voluntad popular, puesto que la persona en el curul tenía representatividad de miles de votos. Sin embargo, nadie hizo una consulta a sus votantes para saber lo que pensaban sobre los hechos de corrupción comprobados en el libelo acusatorio. ¿Por haberle votado a esa parlamentaria deberían perdonarle o darle permiso para continuar manipulando la ley en su beneficio? Al otorgarle la confianza a esa persona a través de las urnas, ¿los votantes buscaban la honestidad de su representante y que pelease por los intereses de ellos o que ensuciase esa confianza con apetencias personales sustentadas en el engaño y la ilegalidad?

Con esa premisa, deberíamos preguntarle al genio de las matemáticas Pitágoras cuántos votos habilitan a una persona para robar con impunidad o cuántas papeletas son necesarias para alcanzar el derecho legal de matar a un semejante.

Un pensador había dicho que cuanto más sube una persona más se siente en las nubes y cree que puede hacer lo que se le antoja, como si en “las alturas” la falta de oxígeno les confundiera la razón. Y así, desde los antiguos faraones y emperadores que se proclamaban dioses hasta los dictadores modernos, tarde se dieron cuenta todos de que eran simples mortales como los demás.

Un ejemplo muy actual es Donald Trump, quien enfrenta numerosos cargos penales por supuestamente haber intentado alterar los resultados cuando perdió las elecciones ante Joe Biden, también por haber llevado documentos secretos a su casa y hasta por haber hecho pagos a una prostituta para comprar su silencio. Según este político, que en nueve meses podría ser reelecto, un presidente de EE. UU. debe tener “inmunidad legal total” para poder desempeñar sus funciones sin “miedo” a “represalias”.

Si es cierto que en Paraguay existen muchos seguidores de Pitágoras y de Protágoras, también es evidente que no pocos piensan como Trump y viven en la impunidad. Claro, con el Poder Judicial que tenemos es fácil. Pero todos necesitan una mano de pintura de humildad, por lo menos para disimular un poco.

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