• Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
  • Capuchino.

El evangelio de este domingo nos cuenta cómo fue la primera vez que Jesús ha predicado en la Sinagoga. Hasta aquel día (más o menos 30 años), Jesús siempre participaba de las celebraciones religiosas sin decir nada, sin predicar. Solamente después de haber escuchado mucho él empieza a hablar de las cosas de Dios y a dar la justa interpretación de los textos del Antiguo Testamento.

La gente percibe luego que su modo de hablar de las cosas sagradas es diferente de los demás, pues él enseñaba con autoridad, hablaba con absoluta certeza, compartía las cosas que vivía profundamente.

Todos nosotros percibimos cuando un predicador habla con entusiasmo y convicción, pues hace “arder nuestros corazones”, hace con que las palabras parezcan ser dichas exactamente para nosotros y nos desafía a ajustar nuestra vida a la de Cristo.

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Pero, un hecho particular sucedió en aquella sinagoga. Tenía allí un hombre poseído por un espíritu inmundo que “se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a derrocarnos? Yo te he reconocido: Tú eres el Santo de Dios”.

La primera cosa que nos llama la atención es que este hombre estaba en la Sinagoga, aunque fuera un poseído. Y después que él haya sido el primero que proclame que Jesús es el Mesías. Ser poseído por un espíritu inmundo puede ser entendido no sólo como tener el diablo en el cuerpo, que es una cosa muy extraordinaria, sino también tener un vicio, una mala inclinación, una debilidad. Este espíritu inmundo puede ser algo que nos hace esclavos y no solo el alcohol, las drogas o el cigarrillo sino también la pereza, la gula, la lujuria... y también los modernos vicios: los juegos electrónicos, Internet etc. Es algo que nos da fastidio, pero que no estamos realmente decididos a abandonar. Hasta pedimos que Dios nos libre, pero al final no hacemos un gran esfuerzo por dejarlos atrás, pues estamos atados, somos “poseídos”. Como el hombre del evangelio, vamos a la iglesia, rezamos, reconocemos a Dios, sus obras, su gracia, pero continuamos “poseídos”.

Todavía, delante de Jesús, de su predicación tan fuerte y motivada, delante de aquellas palabras que eran dulces y exigentes y que hablaban del sueño de Dios –esto es– que el hombre sea libre y feliz, aquel hombre consigue gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a derrocarnos?”. Jesús no le responde, pero lo libera de aquel espíritu malo. Esto significa que sí. Jesús vino para derrocar a todos los vicios, a todas las cosas que nos oprimen en la vida, a todo lo que nos impide ser auténticos. Dios no nos quiere a medias, no podemos ser sus servidores y esclavos del inmundo. Él vino para que tengamos vida y vida en abundancia. No podemos estar acomodados con nuestros pecados, debemos gritar al Señor, clamar insistentemente para que él nos libere.

Que Dios nos dé la gracia de encontrar buenos predicadores que hablen con autoridad y sean capaces de abrir nuestros ojos, de movernos a mejorar nuestras vidas y de motivarnos a una verdadera conversión.

El Señor te bendiga y te guarde.

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.

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