• Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
  • Capuchino

Después de celebrar el tiempo de Navidad, ahora es tiempo de buscar profundizar nuestra fe en Jesús, Dios hecho carne, nuestro Salvador. Todos necesitamos conocerlo mejor. Necesitamos echar raíces más profundas en su misterio.

La pregunta de los dos jóvenes: “Maestro, ¿dónde vives?”, en un cierto modo resume también nuestra pregunta a Jesús. Indagar por el lugar donde Él vive, indica una voluntad de conocerlo más íntimamente. Cuando conocemos una persona, pero no sabemos dónde ella vive, significa que la conocemos aún superficialmente, que nuestra ligación con ella es aún ligera. La casa en que se vive es el referencial más seguro que podemos tener de una persona. Decir dónde vivo es, en un cierto modo, exponerme mucho más, pues allí con más seguridad podrán encontrarme.

Estos jóvenes quieren saber dónde vive Jesús. Ya no les basta solamente con encontrarlo en la calle, verlo hablando en la plaza, saludarlo en la sinagoga. Ellos quieren entrar en intimidad con Él.

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Jesús entiende perfectamente su pregunta. Comprende su necesidad, o mejor, era justo esta oportunidad la que Él esperaba. Por eso, no les da simplemente su dirección, sino que les invita a venir con Él para que vean dónde es. Jesús no les da una información, sino les ofrece una experiencia.

Cuántas veces para protegerse las personas dan una información equivocada, mienten sobre el lugar donde viven porque tienen miedo de que el otro pueda invadir su espacio. Jesús, al contrario, no vino al mundo para esconderse, sino para revelarse. Él no tiene miedo de quien lo quiera conocer profundamente. Está dispuesto a llevarnos con Él y a mostrarnos sus secretos. A Él le gusta ser frecuentado.

También nosotros, si queremos conocer mejor a Jesús, Él nos invita a venir y ver. No basta tener muchas informaciones sobre Jesús. Leer muchos libros, ver películas de su vida, escuchar charlas y catequesis… todo esto puede ser interesante, pero no basta. Es necesario hacer experiencia de Él. Es fundamental venir y ver. Es por eso que la liturgia es tan importante en la Iglesia, puesto que es allí que podemos encontrar al mismo Jesús de los escritos actuando hoy en nuestras vidas. Sin la liturgia, Jesús se trasforma en un dato histórico de un pasado remoto, pero cuando nos reunimos (“venir”) para celebrar (“ver”), entonces su misterio se hace actual e invade nuestras vidas. Es en la celebración de la Eucaristía que nos disolvemos en Él, ya que al mismo tiempo en que recibimos su Cuerpo (la comunión) somos confirmados como miembros de su mismo Cuerpo (la Iglesia). En la celebración de la reconciliación, experimentamos su inmensa misericordia y descubrimos la grandeza de su corazón. En la liturgia de las horas sentimos su compañía continuada, preocupándose con nosotros y hablándonos insistentemente sobre las cosas que nos pueden dar vida. Él no se cansa de manifestarse y siempre nos sorprende.

El evangelio nos dice que estos dos jóvenes fueron con Él y se quedaron el resto del día.

La experiencia fue tan fuerte que ellos no conseguían esconder. Quien experimenta a Dios, no consigue quedarse sin ser misionero. Es por eso que Andrés “fue a buscar a su hermano Simón y le dijo: ‘Hemos encontrado al Mesías, el Cristo’”.

Aun hoy, Él no ha cambiado metodología, a todos los que se interesan por Él y le quieren conocer mejor, sencillamente los invita (¡desafía!): “Ven y verás”.

El Señor te bendiga y te guarde.

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.

Etiquetas: #Jesús

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