• Por Juan Carlos dos Santos
  • Columnista

Tanto en Paraguay como en la mayoría de los países latinoamericanos, un cambio de gobierno implica reacomodar la política exterior, salvo Brasil, que poco se contamina por los cambios periódicos de autoridades ni por las modificaciones de signos ideológicos. Lo que grita Planalto muy pocas veces se escucha en Itamaraty.

A partir del 15 de agosto pasado, el gobierno de Santiago Peña realizó ajustes y cambios en la política exterior paraguaya. Un ejemplo de ajuste lo vemos con el Brasil y lo segundo, se ve reflejado en la irrupción de un actor que no había tenido vínculos y menos aún, participación destacada con nosotros.

Se trata de Emiratos Árabes Unidos (EAU), el joven país que a comienzos de este mes celebraba el 52.º aniversario de creación. Nacido con la premisa de dotar de calidad de vida a sus habitantes, esta nación árabe ubicada a orillas de mar Arábigo es uno de los “reinos” del Golfo, aunque intenta tener un sistema democrático parlamentario con leyes más cercanas al estilo occidental.

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Abu Dabi y Dubái son 2 de los 7 emiratos que componen este pequeño, pero poderoso país. En el primero está asentada la capital y entre ambos se distribuyen los poderes de Estado. El gobernante de Abu Dabi es el presidente y el de Dubái hace de primer ministro y ministro de Defensa al mismo tiempo.

Mohammed bin Rashid al Maktoum es el personaje que está detrás de todas las maravillas que conocemos de Dubái, pero para llegar a ese nivel de calidad de vida, de infraestructura y organización, su linaje tuvo que pasar por un duro proceso de aprendizaje, pero sobre todo, analizar y decidir qué era lo mejor para su emirato.

La mayoría cree erróneamente que Emiratos Árabes Unidos es una nación que depende exclusivamente de la producción de petróleo. En un momento fue la situación del emirato de Abu Dabi y de los otros, pero Dubái, por más increíble que parezca, basa su poderío económico en la ubicación estratégica y la logística. Sí, lo leyó bien, son dos componentes con que cuenta también el Paraguay, al que le podemos sumar recursos naturales y energía renovable.

Tras la caída del comercio de perlas en los años sesenta, rubro sobre el cual se edificaba la economía de Dubái, sus gobernantes, la familia Al Maktoun, comenzó a mirar hacia el puerto Dubái Creek, muy utilizado por la ubicación y comenzaron a edificar la idea que luego hicieron realidad: ampliar el puerto hasta convertirlo en el más grande e importante de la región y además facilitar la llegada de inversores y empresas.

Tuvieron la suerte de descubrir en sus costas un yacimiento petrolífero, mucho más modesto que su emirato vecino, Abu Dabi, y, por lejos, menos importante que los de Arabia Saudita, Kuwait o Bahrein y aunque sirvió para el soporte económico, Dubái no se desvió del objetivo y no dejó de apostar por explotar su ubicación y comenzó a invertir en logística.

Se convirtieron en líderes mundiales en el conocimiento de crear, administrar y explotar puertos, algo que los llevó a crear otras 65 terminales portuarias alrededor del mundo.

Como una cosa lleva a la otra, vieron la oportunidad de expandir el negocio del mar y la tierra al aire. Ya con recursos suficientes, crearon el aeropuerto más grande del mundo, y le sumaron una línea aérea con bandera de EAU y para cerrar el círculo del negocio, apostaron también al turismo.

Las visitas de Santiago Peña y varios de sus ministros a EAU, la firma de convenios y la irrupción de ese país en el lenguaje de la política exterior paraguaya, con las etiquetas “logística”, “inversiones” o “ubicación estratégica”, es señal inequívoca que mientras mantengamos la misma hoja de ruta y le sumemos seriedad, Paraguay tendrá un socio que solo piensa en tratos “ganar-ganar” porque EAU es un país gobernado por estadistas verdaderamente pragmáticos.

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