Estimados hermanos, esta­mos al inicio del Adviento, también inicio de un nuevo año litúrgico y la Iglesia abre su nuevo tiempo invitándo­nos a meditar sobre el retorno de Cristo y la realización plena de su reino.

El evangelio de este domingo insiste mucho sobre la vigi­lancia como característica de la vida cristiana. No sabemos cuándo Él llegará, por eso es mejor estar preparados siem­pre.

En una interpretación literal de estas palabras de Jesús, por muchos siglos –y tal vez aun hoy– en algunos monasterios, los monjes hacían oraciones comunitarias al atardecer, se despertaban a medianoche y se reunían en el coro para orar, lo mismo lo hacían a la hora del canto del gallo y de nuevo, al amanecer, esto es, más o menos a cada tres horas se reunían para la oración.

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Aunque esta interpretación es muy bonita, más que nada es importante su sentido pro­fundo. Quizás hoy, con auxilio de las ciencias que nos acon­sejan al menos siete horas de sueño continuado, podemos organizar en otros modos nuestra vida de oración. Lo que los monjes demostra­ban con esta práctica era que mantenían una atención con­tinua hacia Dios, esto es, aun con mucho sacrificio se des­pertaban varias veces en la noche, incluso en el más rigu­roso invierno. Ciertamente, también en la acción coti­diana buscaban al máximo vivir la Palabra de Dios. Esta práctica hacía más agudo el deseo de estar siempre des­pierto a las cosas de Dios, de no dejarse llevar por las cosas del mundo, de no distraerse del justo camino, adorme­cido en las comodidades del pecado. No tendría sentido despertarse por la noche para orar si en las otras acti­vidades del día se vive como si Dios no existiera, por ejemplo despreciando los hermanos, diciendo mentiras, haciendo todo egoístamente. Enton­ces, la función de esta prác­tica radical de los monjes era también dejarlos estimulados a estar siempre atentos.

Infelizmente hoy en día, muchas veces nuestra fe es muy superficial. A veces tenemos una idea exacta­mente contraria a aquella del evangelio. Parece que en el fondo pensamos que si Dios va a venir, seguramente aún está lejos y no será ni hoy ni mañana. Este pensamiento nos acomoda, nos deja tran­quilos en medio de nuestros vicios y pecados. Pensamos siempre: más adelante inten­taré convertirme y cambiar. Pero esto es una trampa… es aquí que nacen las sorpre­sas. Nos enredamos tanto en el mundo, que cuando nos percatamos, nuestro tiempo ha acabado. Dios llega y nos encuentra durmiendo en los brazos de una vida que no es auténtica.

Perdóname si insisto, pero ya sabemos que el bien solo puede crecer con un esfuerzo continuo de nuestra parte, con nuestra vigilancia, al paso que el mal crece solito, basta cruzar nuestros brazos y él prospera. Para construir siempre cuesta mucho, pero para destruir bastan algunos segundos.

Es cierto que lo que Dios espera de nosotros es una vigilancia en la vida y no tanto un quedarse sin dormir por la noche. Pero es cierto también que hacer de vez en cuando una vigilia puede despertar­nos y hacernos más atentos a todas las cosas cotidianas. Por eso, son muy bonitas las parroquias, los movimientos o los conventos que organi­zan algunas experiencias de vigilia de oración (especial­mente en los tiempos fuer­tes, en la muerte de alguien o para acompañar a alguien en su dolor). Este esfuerzo por vencer el sueño durante toda una noche, esta búsqueda de ocupar la mente con cánti­cos, con meditaciones y ora­ciones nos estimulan a hacer lo mismo en la vida ordinaria.

Todos los cristianos estamos invitamos a vivir en estado de continua vigilia, esto es, siempre dispuestos al bien, a la caridad y al servicio.

Oh, Señor, danos la gracia de perseverar siempre y de desear que Tú vengas hoy, porque te estamos esperando. “¡Ven, Señor Jesús!”

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su ros­tro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

Etiquetas: #Cristo#Adviento

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