Dicen que el hombre es un ser social, que necesita vivir rodeado de otras personas. Bueno, eso dicen la ciencia, la psicología y los filósofos, pero a veces es mejor aplicar aquello de “pienso, luego existo” del gran pensador René Descartes, y poner en duda esa afirmación de necesidad colectiva.
Y aunque este famoso erudito afirmase que el cuerpo humano es “una sustancia”, cuya finalidad radica en pensar, y demostrase él mismo que dudar también es una forma de pensar, y al pensar ya nos damos cuenta de que existimos, igual a veces dudo de que convenga tener vecinos.
Al menos, la clase de vecinos como uno de los míos, que cuando llegan las fiestas de fin de año, sobre todo las religiosas como Navidad y de Caacupé, entra en corto y llama a todo el mundo o visita a sus conocidos para hablar sobre sus creencias. No en balde vive solo, ni sus consanguíneos lo quieren cerca.
Pero la idea no es criticar al prójimo, menos hablar mal de nadie –mucho menos a pocos días del 8 de diciembre (por si la Virgencita se entera)–, sino seguir los pasos de Descartes y advertir que el mal piensa y por lo tanto también existe. Es así que nos puede sorprender en cualquier momento y lo recomendable es estar atentos.
El primer ejemplo de que el mal existe fue lo sucedido con este vecino, que me sorprendió con la guardia baja cuando se acercó a saludar con su falsa sonrisa y no me dio tiempo de escapar. Y como era de esperarse, su lengua tejió un nudo gordiano que no tiene por dónde desatarlo y me dejó atrapado. Hasta ahora.
En 2021 me pidió la respuesta del huevo o la gallina y me jugué por la gallina y le expliqué que ella había encontrado un huevo, por eso estaba primero. Me miró desconcertado y aceptó. El año pasado me contragolpeó con: “¿Por qué hay que adorar a la Virgen de Caacupé si es una imagen ya que en la Biblia dice que no hay que adorar ídolos?”.
Me puso en aprietos durante varias semanas hasta que un sacerdote me indicó que no se adora a una imagen, sino lo que ella representa. Es como una fotografía –me dijo– uno ve a su familia en un retrato y no adora esa foto, ese papel, sino a los que aparecen en ella. Fui junto al vecino y le convenció la respuesta.
Este 2023 comenzó con filosofía y terminó en religión y después mezcló ambas. Expuso que, según la Biblia –no sé en qué capítulo–, dice que no hay que tener “malos pensamientos” y a continuación me preguntó: ¿Cómo se puede evitar tener malos pensamientos, si cuando pensaste mal ya pensaste todo?, es decir, no se puede evitar pensar lo que todavía no se pensó.
Lo peor es que no sé la respuesta. Justo ahora que tenía la intención de hacer la peregrinación, caminar desde Ypacaraí y ser un santo en Navidad, viene este personaje a agitar las aguas de mi intención de placidez espiritual.
El mal existe, basta leer la prensa de los últimos días: si no es un vecino chiflado es la delegación de una nación que no existe para que alguien firme un acta y le destituyan del cargo. ¿Qué gana esa gente al hacer el mal? O empleados infieles son descubiertos, o Venezuela propone hacer un referéndum para comenzar un conflicto bélico y como no fuera suficiente anuncian un “Niño” furibundo para enero y febrero y descubren a policías narcos.
Muchos le dan más importancia a lo material que a la vida misma. Van a Caacupé y rezan… pidiendo dinero; otros manotean el Tesoro público y, antes de dejar el Gobierno, realizan millonarias y llamativas transferencias a oenegés y después no quieren ir presos. Cualquiera pensaría que son jovencitos que no saben lo que hacen, pero ya son viejos mañosos.
El gran Robin Wood decía que la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo y que se aprende con las experiencias y los errores, pero con este tipo de personajes y vecinos uno puede ser el más anciano, que de todos modos al despedirse de uno siempre se alejan dejando una herida.
Es tiempo de reflexión, así que por estas fechas podríamos agradecer por cuanto tenemos y revalorar a nuestros amigos y parientes. A veces, cuando se van, es cuando notamos el gran vacío que dejan.