• POR AUGUSTO DOS SANTOS
  • Analista político

Estos días fueron bas­tante tristes. Se reunió la oposición y el oficialismo echando fuego a la misma hoguera para que erupcione en un día cualquiera, como ayer, en una jornada difícil de digerir.

Como si no bastara la des­confianza en la verdad de las certificaciones académicas de varios miembros del Con­greso, la discusión increíble sobre si debería desembo­car en un permiso o en una renuncia en esa especie de “destino manifiesto” de la política paraguaya de gene­rar ciclos eternos sobre un mismo problema, ya cargó una tensión innecesaria. Surgieron más asuntos, que aunque se esforzaran las redes en dibujarlas como tragicómicos, solo eran trá­gicos, como Chaqueñito y su mayordomo, la pornográfica discusión sobre quién se “comió” a quién entre líde­res políticos, y este día para olvidar recién acaba con varios senadores haciendo bromas sobre títulos en la sesión de la tarde, como si para los paraguayos esta tragedia de la mediocridad vestida de academia fuera una comedia.

Al mismo tiempo, en los EE. UU. Santiago Peña, el presidente, compar­tía una mesa nada menos que con la figura mundial más relevante de los últi­mos tiempos, Jeff Preston Bezos, fundador de Ama­zon; y hablaban del desa­rrollo sostenible como ecuación inevitable del futuro, y reclamaba ante la OEA las trabas a la nave­gación, departía con con­gresistas de EE. UU., dia­logaba el principal mando de seguridad para la región, asegurando programas de cooperación, pero.. toda la atención estaba centrada en el tesapo’ê y otras agen­das rastreras y no restaba nada para lo trascendente, para aquello que nos saca de nuestra hondura aldeana.

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El asunto es escoger en qué visión de país quere­mos montarnos. Una visión que eternice el juego per­verso del canibalismo (y al mismo tiempo a los caní­bales) o una que dé priori­dad al debate de los grandes asuntos que deben marcar­nos una agenda de futuro como la educación, la salud, la seguridad y el empleo.

El contraste que vivimos ayer miércoles, en el todos contra todos crujiente en morbo, objetivado en la mediocridad como tema central, versus un manda­tario tratando de establecer vínculos con un mundo dis­tinto, es lo que debe conmo­ver el status quo de quienes enarbolan la bandera sobre que " así nomas luego tiene que ser en Paraguay”.

Cambiar la política es res­ponsabilidad de oficialis­tas opositores, medios, motociclistas, jugadoras de fútbol, maestros, mecáni­cos, diseñadores gráficos, abogados, heterosexua­les, homosexuales, católi­cos, protestantes, incluso buenos y malos, pero debe existir una condición de cambio que debe ser inne­gociable: el escenario debe ser la probidad.

Este escenario de probidad es el que hará que salten los fusibles, y los éticos y eficientes ganen siempre el juego a los inescrupu­losos y mediocres, porque el escenario mencionado es una pista sintética para los capaces y un terreno fangoso para los indecen­tes. Por eso no basta con cambiar personas cuando el escenario (tradiciones, rencores, odios políticos, etc.) sigue igual. Partidos tradicionales y partidos novedosos deben remo­verse de sus viejas mañas y soltarse del abrazo de la vieja política.

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