Hace una semana, el mundo se vio sacudido por la noticia de una nueva guerra. Los tremendos ataques mortales por aire, tierra y mar de la organización Hamás contra Israel fueron la mecha que encendió una dramática escalada de violencia, cuyas consecuencias todavía desconocemos.
El ejército israelí lanzó una oleada de ataques tras el asalto coordinado de Hamás en el inicio de unos enfrentamientos que muchos expertos consideran sin precedentes. La cifra de fallecidos y heridos aumenta a cada hora, son miles de civiles de ambos bandos, un precio demasiado alto.
Se trata de un conflicto largo y sangriento con raíces históricas, religiosas y políticas que ha marcado durante décadas a la región, con un impacto devastador en la vida de palestinos e israelíes. Organizaciones como las Naciones Unidas han buscado en diversas ocasiones una solución pacífica, sin que hasta el momento se haya alcanzado un acuerdo sostenible. En esta ocasión, los líderes mundiales han condenado casi al unísono la violencia, instando una vez más a la contención y a la búsqueda de un camino que pueda conducir a la paz.
“Es hora de poner fin a este círculo vicioso de derramamiento de sangre, odio y polarización”, dijo el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, al comentar la situación en Medio Oriente. “Solo una paz negociada que satisfaga las legítimas aspiraciones nacionales de palestinos e israelíes por igual (...) puede aportar estabilidad a largo plazo a la población de esta tierra”, agregó.
No soy una experta en relaciones internacionales, de modo que mal me atrevería a opinar sobre las causas y consecuencias de este conflicto tan complejo y los intereses que están en juego. Mi corazón está del lado de las personas inocentes, los rehenes civiles que permanecen retenidos, las familias que están de luto, los desplazados y aquellos que siguen en zozobra sin saber si el próximo misil que sea lanzado pueda alcanzarlos.
Creo que los líderes de ambos bandos han fallado a los pueblos a los que dicen representar y proteger. También están fracasando los líderes de las potencias mundiales que se supone deben abogar por el mantenimiento de la paz, porque eso también es una forma de proteger a sus ciudadanos y sus intereses. Desmedidamente estos “líderes” parecen encerrados en un espiral de muerte sin plan. A veces me pregunto, ¿por qué nos cuesta tanto entender que la mejor forma de prosperar y desarrollarnos es en un ambiente de entendimiento? Debemos ser conscientes de que en batallas como esta, definitivamente no hay ganadores.
El mundo no puede mirar hacia otro lado. Tiene que comprometerse con la seguridad, el respeto y la dignidad de las personas en esa región. La no violencia debe ser crucial para sentar las bases de un acuerdo duradero y justo. Tal como lo decía Martin Luther King: “La no violencia es una poderosa y justa arma que corta sin herir y ennoblece al hombre que la usa. Es una espada que cura”.