Hace 50 años el mundo era muy distinto. Los niños no tenían internet ni vegetaban como zombies con celulares, sino que salían a jugar en las calles, donde los motochorros aún no existían.
Con pocas opciones de televisión, la diversión se centraba en los amigos y las revistas, que se publicaban de a cientos cada mes, de Tarzán, Supermán, El Tony, Roy Rogers, Turok y Andar, Flash, Batman, etc. El cine quedaba como opción premium para el fin de semana y las páginas de Selecciones del Reader’s Digest como lectura recomendada.
Una de las tantas historias que trajo esta publicación perdura aún, pese a que ya transcurrió media centuria. Trataba sobre un buzo que nadaba por las profundidades del océano cuando repentinamente se encontró de frente con una peligrosa morena, de más de dos metros.
El hombre se paralizó a causa del miedo porque sabía de lo que ese animal era capaz de hacer si se lo proponía. Sus afilados dientes podrían atravesar con facilidad el grueso traje de caucho, sin embargo, lentamente se dio cuenta de que la morena nadaba con curiosidad alrededor de él.
En los días siguientes, varias veces volvió el buzo al sitio y hasta parecía que la morena lo estaba esperando. Con el paso del tiempo se hicieron amigos y el buzo le puso nombre: Feíto. Así nació una hermosa relación entre ellos, que duró varios años.
Una mañana, cuando alistaba su bote para salir a mar abierto llegaron unos pescadores bebiendo y celebrando la buena jornada que habían tenido. Con grandes risotadas de alcohol contaban su suerte y gran valentía de haber arponeado a la más grande morena que habían visto jamás y que se les había acercado en una extraña actitud pacífica.
Con prisa, nuestro buzo se acercó a los hombres y lo que vio le desgarró el alma: su amigo, Feíto, yacía ensartado en un frío hierro. El animal había confundido a los pescadores y se les acercó con confianza sin sospechar que le traían la muerte.
Dos mundos completamente diferentes existían separados por la línea de la superficie; en el fondo del mar, la paz, la naturaleza, la esperanza de encontrar una amistad sin interés; arriba en la atmósfera, la codicia, la brutalidad, la destrucción.
Hace días en el periódico se publicó la noticia de que los Lince sorprendieron con una torta a un hombre sin hogar y le festejaron su cumpleaños y esa línea que separa dos mundos se fusionó. “La autoridad” y el necesitado dejaron de lado sus roles y se unieron en amistad.
Hace meses, durante el gobierno Abdo, las únicas noticias que sobresalían eran las de quién robaba más, cuánta cocaína había salido de puertos paraguayos hacia Europa, las licitaciones dirigidas hacia los amigos, las deudas impagas que quedarían como herencia al próximo gobierno. Pensar en una paz como la del fondo del océano y una amistad entre los uniformados con una persona sin hogar era algo impensable, como la historia del buzo con Feíto.
Y sin embargo sucedió. Ojalá el espíritu del nuevo gobierno, que trae promesas de trabajo y prosperidad se haga más fuerte cada día y que se acaben los grandes intereses egoístas que incluso se confabulan desde el exterior. Y parafraseando a Martín Fierro en eso de que “los hermanos sean unidos o los devoran los de afuera”, deberíamos recordar que siempre los que quedan ensartados por el arpón son los ciudadanos, no los pescadores, que van por la vida ahítos de whisky y burlándose de los demás. Como Abdo, que sigue tan campante pese al tremendo daño que causó a millones de personas.