DESDE MI MUNDO
- Por Carlos Mariano Nin
Las imágenes bailan al ritmo frenético de una secuencia desordenada. Algunas lastiman, dan pena, alegrías, repulsión o entretenimiento, pero suman “me gusta”. En los grupos de “wasap” saltan de teléfono en teléfono y en los noticieros la historia revela lo que las tomas sin editar nos mostraban.
Tres jóvenes dentro de un vehículo destrozado, dos murieron, uno aún está moribundo y trata de salir haciéndose lugar como puede en medio de los cadáveres de sus amigos inertes.
En otra zona del país dos sicarios en moto disparan contra un auto en el que viajaban dos personas. Una de ellas murió. Las imágenes revelan sin filtro un cuerpo acribillado, frío. A su lado, un sobreviviente respira con dificultad mientras la sangre brota descontrolada de sus heridas.
Tragedias cotidianas con un ingrediente común: todas fueron filmadas y subidas sin filtro a las redes sociales. Es como un gran reality show del que en cualquier momento podemos ser protagonistas. Solo basta un testigo… y un teléfono.
No importa dónde o cómo suceda. No importa si detrás hay una familia o profundo dolor. No importa cómo se explique, las imágenes hablan por sí solas. Van de móvil en móvil, de red en red como una gigantesca bola de nieve.
Una vez que el teléfono capta la imagen, esta no se detiene, va y viene, recorre grupos y suma “me gusta”, gana RT y va de casa en casa sin distinción si detrás del receptor hay un niño o un adulto. Es una grave enfermedad moderna. Solo basta esconderse detrás de un perfil y diseminar las mejores tomas. La gente va a hacer el resto.
En medio de un terrible accidente un joven agoniza dentro de los hierros retorcidos a los que quedó reducida su moto. Quienes llegaron primero filman, nadie llamó a los paramédicos, nadie socorrió al accidentado, nadie pensó en la familia ni el sufrimiento. Solo importa el hecho, ser el primero en publicarlo.
Poco después, el portavoz de los servicios de rescate da la noticia. El joven murió. Unos minutos podrían haber salvado su vida, pero con la sangre que perdió se apagaron sus latidos y mientras corría la filmación iba muriendo. Son historias ficticias de una realidad cotidiana.
Son los nuevos tiempos. Un gran circo del cual todos somos espectadores y protagonistas. Es… el circo de la indiferencia. Pero esa... esa es otra historia.