• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista

Es una tendencia con cada vez mayor volumen e intensidad que políticos se nieguen a endosar su papel de políticos. “La gente está harta de los políticos”, y el que lo dice de hecho es un político o está en campaña para serlo. Una especie de eutanasia de la política. Se reniega de ella, se la putea siendo que se es parte o se pretende serlo. Es uno de los papeles más cómodos que se ha visto. Se gana alguno que otro aplauso, se evita rendir cuentas por los errores poniéndose por fuera del problema y se sigue camino. Hay que coincidir que ponerse del lado de la política hoy en día debería tener categoría de deporte extremo. No es fácil, es incómodo, pero no por eso menos divertido. Y es que en serio hay políticos que tampoco es que colaboren demasiado.

En estos momentos, hay tantas dudas sobre el futuro de la política, de la democracia, la calidad de los actos que producen, sus protagonistas, los políticos, y sobre el modelo de gobernanza de los países. Hacer el ejercicio de entender mejor a la política y el papel que juega en los tiempos actuales, combatir los argumentos de quienes pretenden de manera compulsiva rebajarla a un punto residual y los que practican la indignación activa desde la superioridad crítica. El presupuesto desde el cual se enmarca el debate es que los principales problemas de la política son los políticos, la calidad de los mismos, de los actos que producen y la debilidad en sí de todo el sistema democrático. Estos elementos y algunos más que no citamos por una cuestión de espacio convierten a la política en la culpable óptima de todos los males.

El problema no es tanto la política como la mala política, la politiquería. Los enemigos también incuban dentro de ella. Sin duda alguna. Pero sus principales propiciadores y agitadores de su destrucción son fuerzas que operan desde la oscuridad del poder, las élites generalmente económicas, corporativas, las oenegés, los denominados “expertos” en distintas áreas, algunos periodistas que se perciben iluminados del Señor, pero que la única vez que agarraron un libro fue para trancar la puerta. Y nunca más lo hicieron. Ah, pero la culpa es de los políticos. Siempre. Un par de puntos de rating, tres o cuatro republicaciones en X y allá vamos. Todos felices. Es una obviedad decir que a los políticos les falta un grado mucho mayor de profesionalización, desde este humilde espacio se insta de manera permanente a esa materia, pero de ahí a buscar reemplazar a la política para que los que tomen las decisiones sean los grandes grupos corporativos y sus escuderos en las diferentes áreas, discúlpenme, pero no, gracias.

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La indignación hacia la política puede ser muy popular (o populista incluso), pero hay malas noticias para quienes pretenden su extinción: la indignación no es en sí misma una política en ninguna de sus formas. Puede llegar a ser reacciones esporádicas, estomacales, puede pretender la implosión de la misma filtrándose en estructuras institucionales, pero eso no la va a convertir en política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a.

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