• Por Emilio Agüero Esgaib
  • Pastor

Para entender bien el contexto de Jefté, tenemos que conocer el tiempo que vivió, que se relata en el libro de Jueces.

El periodo de los jueces es una de las etapas más tristes de la historia de Israel. Abarcó unos 300 años. Fueron siglos en los que Israel experimentó siete periodos de rebeldía, servidumbre y restauración.

Era un tiempo de apostasía, paganismo, ignorancia e idolatría. Esto es importante para entender la conducta de muchos de los jueces, incluyendo a Jefté.

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El libro de Jueces 11.1-11 nos da detalles de este personaje: Era un galaadita. La Biblia dice que era un hombre “esforzado” y “valiente”.

Su madre era una prostituta. Fue desheredado por sus hermanos por ser hijo natural. Esto provocó la huida de Jefté a una tierra llamada Tob. Formó una banda que saqueaba aldeas para vivir.

Años después, los líderes de Israel lo mandaron buscar para pedirle que pelee con ellos y los libre de sus enemigos y, a cambio, lo harían jefe. Él aceptó, no solo ser su jefe en campaña militar sino también en tiempo de paz. Ambos aceptaron el acuerdo.

Vemos el carácter de Jefté: un hombre, además de valiente y esforzado, de carácter, de liderazgo, osado y de visión.

Puede que haya sido su temperamento natural, pero bien podríamos también suponer que ese carácter fue forjado en la adversidad.

La adversidad crea las personalidades más fuertes. De seguro, el estigma de ser hijo de una prostituta le causó mucho dolor y vergüenza, como también discriminación y menosprecio.

Tal fue el rechazo de su núcleo familiar que terminó siendo echado por sus propios hermanos y se exilió en un lugar lejano, donde su naturaleza osada lo llevó a liderar un grupo de bandoleros.

Dicen que el verdadero líder se da en situaciones extremas. O sea, si alguien sale liderando en un ambiente difícil, como la cárcel, campo de concentración o en la guerra, ese es un líder de verdad, un líder natural. Jefté lo era.

Las circunstancias difíciles o nos vuelven amargados o nos ayudan a desarrollar al máximo nuestras fortalezas. Las burlas pueden acomplejarnos o pueden forjar una identidad de valor y alto precio. La adversidad puede quitar lo mejor o lo peor de nosotros.

Tenemos que tener la capacidad de sacar lo mejor de nosotros en la adversidad. Esa es una característica de los hijos de Dios. La Biblia promete que “todo ayuda a bien para los que aman a Dios” (Ro 8.28). El profeta Joel, en el libro que lleva su nombre, dice: “Diga el débil; fuerte soy” (3.10).

También vemos que Pablo dijo que Dios usa al débil, menospreciado, vil y desechado para hacerse fuerte en él, para glorificarse en él (1 Co 1.27-31). Esto significa que Dios se glorifica en nuestra debilidad. El que se siente débil no tiene excusa. Su condición, si cree, es la ideal para que Dios se glorifique en él.

En Jefté vemos también un tipo de Cristo: en su nacimiento fue desechado, fue rechazado por sus hermanos. Cuando estuvieron en aflicción, se acordaron de Él y pidieron que sea su salvador. Cuando Jefté decidió ayudar, se convirtió en su Salvador, pero aclaró que no solo sería su Salvador sino también su Señor.

Jefté es un ejemplo claro de alguien que, más allá de su condición, limitación, marginación y debilidad, escogió la superación. Como alguien dijo una vez: no puedes elegir la familia donde nacer, ni la raza, ni la estatura, ni las circunstancias en que naces, pero sí puedes decidir qué vas a hacer con tu vida de acá en más.

“En Jefté vemos también un tipo de Cristo: en su nacimiento fue desechado, fue rechazado por sus hermanos. Cuando estuvieron en aflicción, se acordaron de él y pidieron que sea su salvador. Cuando Jefté decidió ayudar, se convirtió en su Salvador, pero aclaró que no solo sería su Salvador sino también su Señor”.

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