• Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
  • Capuchino

El evangelio de este domingo, entre otras cosas, nos habla del gran valor de la vida comunitaria. Sin dudas esta es una de las características más importantes del cristianismo y que hoy está muy amenazada por la actual cultura individualista e intimista que prevalece.

Existe una fuerte tendencia que quiere enjaular la religión solamente en la esfera privada. Es muy común que se afirme en muchos medios, que cada uno puede ser lo que quiera, desde que quede solo en su intimidad, esto es, sin manifestarlo a los demás, sin “disturbar” a los otros, sin generar cultura común, sin crear lazos entre las personas.

De hecho, existen algunas religiones que son hechas esencialmente para los individuos, entre ellas muchas de estas dichas filosofías orientales, que proponen un camino de ascensión solo personal, donde es muy importante aprender a desligarse completamente de los demás y lo único necesario es la relación privada con la divinidad.

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El cristianismo, sin embargo, no puede ser encerrado en la esfera privada sin desfigurarse completamente, sin perder una de sus características esenciales: la comunidad, la asamblea reunida, el pueblo congregado. De hecho, exactamente esto significa la palabra Iglesia: ekklesia, en griego, quiere decir: convocación, asamblea, comunidad.

Infelizmente existen muchas personas que quieren hacer de Jesucristo un patrimonio personal, una propiedad privada. Muchos dicen: Yo amo mucho a Jesús, siempre rezo personalmente, pero casi no participo en la iglesia, prefiero rezar en casa... Estas personas desventuradamente aman una idea que se hicieron de Jesús, pero a Él mismo ni lo conocen. No es posible conocer de verdad a Jesús sin ser empujado por Él mismo hacia la comunidad, hacia el encuentro con los hermanos, hacia celebrar juntos la fe. Es Él quien nos enseña que la vida comunitaria no es solo un pormenor en el cristianismo, o entonces un detalle opcional que da lo mismo si lo asumo o no.

Jesús es el esposo de la Iglesia, Él la ama y da la vida por ella. Él está unido en tal modo a ella, que es imposible separarlos. De hecho, es Él mismo que dijo: No separe el hombre lo que Dios ha unido. Por eso nadie puede separarlo de la Iglesia, sin deformarlo y sin descomponerlo.

Es en la Iglesia, en la comunidad que se reúne para celebrar, que nacemos por el bautismo, que crecemos en la fe, que aprendemos a entender su doctrina, que podemos comprender correctamente sus palabras. Es la Iglesia, con su liturgia, con su predicación, con sus instrucciones, que nos permite conocer a Jesús, y en Él, al corazón de Dios, exactamente como Él es.

Sin la Iglesia, podemos hacer interpretaciones personales, podemos inventar características de Dios, podemos construir una imagen de Dios con nuestras propias medidas: que dice solo lo que queremos escuchar; que siempre nos tranquiliza, que nos da paz, que nos conforta, que no nos hace exigencias, que no nos corrige, que no nos contradice... Construiremos un Dios que al final no será nada más que la proyección de nosotros mismos, pero este no será el Dios verdadero. Este no será el Dios que salva, que da la vida... no será el Dios de Jesucristo.

Es así, que muchas personas están tomando el camino de un cristianismo individual. Prefieren un Dios que se deje manipular. Prefieren convertir a Dios, según sus necesidades, en vez de buscar de verdad conocerlo y convertirse a su voluntad. Esto sucede también con muchos pastores protestantes, que interpretando como quieren la Biblia acaban por inventar cada día nuevas pseudo-iglesias. Prefieren no aceptar la doctrina de los apóstoles.

Pero, ¿a quiénes podría interesar una iglesia que solo sirva al mundo privado? Ciertamente existen muchos tras la intención de reducir toda fuerza comunitaria del cristianismo. Existen muchos intereses: políticos, económicos, sociales... La Iglesia, como formadora de la conciencia, siempre fue un problema para los que quieren manipular al pueblo, para los dictadores y los políticos sin escrúpulos, para la industria de la moda y de los vicios, para los que solo se preocupan con el lucro y el hedonismo.

Estimado hermano, no caigas en estas trampas que quieren que separes a Jesús de la Iglesia. Que quieren alejarte de la vida comunitaria, porque saben que aislándote será más fácil de dominarte y vencerte. Si nos mantenemos unidos a los hermanos en la fe, Dios nos sostiene con su gracia.

El Señor te bendiga y te guarde.

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.

“Asimismo, si en la tierra dos de ustedes unen sus voces para pedir cualquier cosa, estén seguros que mi Padre celestial se la dará. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”. Mt 18,19-20.

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