• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

La corrupción es como la serpiente Hidra, un monstruo acuático de aliento venenoso y varias cabezas (los mitólogos no se ponen de acuerdo en la cantidad) que se regeneraban inmediatamente después de ser cortadas. Por cada una que era cegada brotaban dos. Custodiaba la entrada al Inframundo en el lago Lerna. Matarlo era el segundo de los doce trabajos que el rey Euristeo había encomendado a Hércules (el de los griegos, no el de Agatha Christie). Nuestro héroe, mitad dios y mitad hombre, pudo eliminar a la bestia con la ayuda de su sobrino Yolao, quien con una antorcha iba cauterizando los cuellos cercenados. Por simple analogía los integrantes del Equipo de Estrategia Nacional de Combate a la Corrupción tendrán una idea clara y precisa a qué engendro policéfalo se están enfrentado.

Una de las tantas acepciones de la corrupción es la descomposición de un organismo. O sea, putrefacción. Su fétido olor contamina el ambiente. Se vuelve irrespirable para la gente sana. En los términos que a nosotros nos interesa es “el aliento venenoso” que aniquila, o como mínimo pudre, las instituciones del Estado. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos la define como “un fenómeno caracterizado por el abuso o desviación del poder encomendado, que puede ser público o privado, que desplaza el interés público por un beneficio privado (personal o para un tercero)”. Para otros es el “abuso del poder público para obtener beneficio particular” (Senturia).

Para el catedrático español, Ramón Soriano, la corrupción política es omnipresente y persistente, al punto tal que “algunos estudiosos del fenómeno llegan a catalogarle como un hecho natural”. Y agrega: “Su existencia abruma”. El sistema de control no solo tendrá que cortar cabezas, destituyendo al funcionario infiel, sino que también deberá quemar la herida para que no vuelvan a crecer, como en la mitología griega, denunciando la corrupción, en sus diversas expresiones, ante la Justicia. Es la única manera de que la despreciable impunidad no nos siga enrostrando que robar los recursos del Estado no tiene costo, pero sí ganancias.

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Es jerárquicamente lógico que este equipo estratégico tenga un directorio. Pero el “comando anticorrupción”, al estilo de Elliot Ness y sus Intocables, debe estar integrado por profesionales que tengan esa misión con carácter de exclusividad. Sin que nada ni nadie los distraiga. Con suficiente autonomía política y moral para evadir o rechazar las propuestas o pedidos de salvataje de los “amigos”. Su composición plural debe involucrar a todos los poderes del Estado, para que las investigaciones no sean frustradas a razón de los eternos compartimentos estancos que solo ayudan a multiplicar la corrupción y eternizar la impunidad. La declaración jurada de bienes de los gobernantes que acaban de irse es apenas un elemento a considerar.

Lo verdaderamente elemental y, al mismo tiempo, sustancioso es la auditoría de gestión. Una buena señal sería indagar los millonarios préstamos y donaciones en dólares que recibió la administración de Mario Abdo Benítez para enfrentar la crisis sanitaria generada por el covid-19. Casualmente, en aquellos tiempos, el ministro de Hacienda era su hermano de madre: Benigno López Benítez. Obviamente, la prensa amiga de los grupos de Natalia Zuccolillo y Antonio J. Vierci no tiene ningún interés ni motivación para rastrear el crecimiento exorbitante de la empresa proveedora de asfalto del exmandatario, que tenía la ventaja de la venta monopólica de dicho producto a las constructoras de rutas.

Las denuncias de la Contraloría General de la República por erogaciones sin respaldo documental en el Instituto de Previsión Social (IPS) es la punta del témpano. Debajo se encuentra el monumental saqueo a las arcas públicas de parte de Marito y su gente cercana. Este “comando anticorrupción” debe ingresar con toda fuerza y poder para sacar a luz las malversaciones en los ministerios de Salud Pública y Bienestar Social, Obras Públicas y Comunicaciones, Hacienda (ahora Economía y Finanzas), Interior y Educación y Ciencias, para empezar. Luego habrá que abrir las cajas de Pandora y sus demonios en las binacionales Itaipú y Yacyretá. Esta vez el latrocinio ya no puede quedar impune. En el caso de la empresa hidroeléctrica en condominio con Argentina nunca mejor expresada la frase: “Monumento a la corrupción”.

Durante el estado de emergencia decretado por la pandemia cuatro empresas proveedoras de víveres no sintieron el impacto de la recesión económica. Ligaron contrataciones directas sin ningún control ni verificación de si los productos llegaron a sus destinatarios. Buena ganancia habrá dejado este negocio, al punto que la exjefa de Coordinación Social inauguró casa de verano en San Bernardino. El manejo discrecional de Yacyretá durante la dirección de Nicanor Duarte Frutos fue aberrante y despótico. El expresidente de la República, de hecho, fue el mascarón de proa de la embarcación más rapaz de toda la transición democrática. Ni existe vía para que pueda escapar de sus delitos, al menos según los documentos que tenemos en nuestro poder. Caso contrario tendremos que resignarnos a repetir con el poeta Delfín Chamorro: “Todo está perdido”. Buen provecho.

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