El evangelio de este domingo nos presenta una mujer cananea que desesperada pide a Jesús para curar a su hija.

Ella tuvo muchos problemas para conseguir el milagro, pero su perseverancia y humildad motivadas por su fe, tocó el corazón de Jesús.

Esta era una mujer extranjera. Una madre con una hija enferma que seguramente ya había tocado muchas puertas y que, por fin, estando Jesús en su tierra, decidió pedirle la gracia. Jesús por tres veces se recusó a atender su pedido. La primera vez ni le dio una respuesta. La segunda vez delante de los discípulos que le insistían pues la mujer les estaba disturbando con sus suplicas, él les respondió que vino para los de la casa de Israel y aquella mujer era una extranjera. La tercera vez delante de la mujer que postrada le pedía: “¡Socórreme!”, él le dio una respuesta que nos parece hasta muy dura: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”.

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Qué haríamos nosotros delante de estos tres rechazos: seguramente los más orgullosos ya hubieran desistido con el primero: cuando Jesús ni le dijo nada. Las personas sensibles, pensando que a lo mejor él no le había entendido, por eso insistía, con la segunda negación claramente hubieran visto que Jesús no estaba dispuesto a atenderles y se hubieran ido. Todavía si muy presionados por la necesidad (era la salud de una hija que estaba en juego), alguien tenía aun el coraje, con mucha humildad (postrado) a pedirle por favor, y escuchara aquella respuesta que le llamaba de perrito (perro se les decían a los extranjeros en Israel), creo que se hubiera ofendido y por fin abandonado a Jesús.

Sin embargo, aquella mujer sorprendió a todos: ante el amor que tenía por su hija y estando segura que Jesús la podía ayudar, con una humildad asustadora no se dejó vencer. Asumió lo que Jesús le había dicho y con sus palabras continuó insistiendo: “Sí Señor, repuso ella, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”.

Delante de tan grande amor, de tan grande fe y de esta enorme humildad: Jesús se quedó sin salida: “Mujer grande es tu fe; que te suceda como deseas”.

Esta mujer es para todos nosotros un gran ejemplo que nos tiene mucho que decir:

En primer lugar, ella era muy dueña de sí misma, ya había vencido al orgullo, no era una esclava de reacciones y rabias; ella sabía muy bien lo que quería, sabía lo que era importante y lo que podía dejar pasar, su hija era más importante que unas palabritas ofensivas; ella estaba muy convencida de quien era Jesús y que podía salvar a su hija, tenía una fe grande; ella sabía que la inofensiva humildad puede ser un arma muy poderosa, capaz de atrapar hasta al mismo Dios; ella sabía que cuando alguien me dice una palabra que puede ser ofensiva, y yo no la rechazo, sino que la acepto, dejo al otro sin reacción; por fin, ella sabía que la perseverancia conduce a la victoria.

No sabemos porque Jesús hizo esto, y hasta nos deja un poco perplejos con sus palabras, pues estamos acostumbrados a verlo diferente, sin embargo, esta historia tiene una gran lección para todos nosotros: la humildad sirve en todas partes y es la llave para abrir el corazón de Dios.

Puede ser que también a nosotros el Señor ya nos puso en situaciones parecidas, buscando formarnos para la humildad. Buscando conocer cuán importante sea de verdad para nosotros lo que estamos pidiendo. Queriendo comprobar si realmente creemos en su poder. Enseñándonos que la perseverancia es el único modo de vencer en la vida.

Gracias Señor porque no te contentas solo en darme cosas, sino que te preocupas con mi formación.

El Señor te bendiga y te guarde.

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la Paz.

Etiquetas: #Mt 15,28

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