EL PODER DE LA CONCIENCIA

La frase “la gente no hace las guerras; las hacen los gobiernos” fue pronunciada por el hijo de un humilde vendedor de zapatos y de una predicadora religiosa, quienes con mucho esfuerzo lograron que su retoño estudiara en la Universidad Eureka (EE. UU.). Por entonces, él jamás hubiera imaginado por qué caminos lo llevaría la vida, puesto que tras graduarse tuvo que trabajar de comentarista deportivo en una radio y hasta tentó hacer carrera en el cine. Participó de un par de grandes producciones, pero solo muchos años después llegaría a la cima cuando con casi 70 años asumió como el 40.° presidente de su país. Ronald Reagan sabía de las atrocidades que eran capaces los gobiernos, por lo que contribuyó a la caída de la URSS, en 1991, a la que él había bautizado como “Imperio del mal”.

Apenas un año después, coincidentemente, fallecía otra lumbrera de la paz, quien plasmó sus reflexiones con otra frase: “No solo los vivos son asesinados en la guerra”, dando idea de las atrocidades que ocurren en un enfrentamiento bélico. Claro, a Isaac Asimov le resultaba natural plasmar esta clase de brillantes sentencias, más teniendo en cuenta que en vida fue considerado como uno de los tres más grandes escritores de ciencia ficción de toda la historia. Desde su mundo de galaxias y fantasía, incluso diseñó las inmortales tres leyes de la robótica. La primera, por ejemplo, reza: “Un robot no hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra daño”.

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Según la concepción de Asimov, los robots fueron creados para que sirvieran al ser humano, como deberían ser todas las invenciones, lo cual no condice con la realidad, más aún hoy teniendo en cuenta la aparición de la inteligencia artificial y sus peligrosas consecuencias.

Como lo predijera Charles Darwin, la evolución no se puede detener y hasta las guerras cambian. Si en principio los guerreros utilizaban ramas y piedras, luego fueron espadas y flechas, balas, armas químicas y bombas atómicas, pero la tecnología militarista trasladó su alcance al espacio y hasta a figuras impensables.

Así como los robots fueron creados para servir al hombre y hoy son usados para matar, también los sistemas de gobierno evolucionaron para hacer mejor la vida humana y la convivencia social. Y, sin embargo, en plena democracia, sin necesidad de armas ni guerras, leemos, por ejemplo, que en Argentina hay hambre, los ciudadanos no pueden pagar por salud, a pesar de que trabajan todo el día no les alcanza lo que ganan. “No hay pagos en cuotas”, “A los precios de las góndolas, sume un 20 %”, “Descuentos suspendidos”, “Perdone las molestias, estamos remarcando precios”, son otras nuevas frases de guerra que publica la AFP tras el nerviosismo que produjera la victoria de Javier Milei en las elecciones del domingo. Aunque también es propiciada por un gobierno (como anunciara Reagan), este es otro tipo de guerra, evolucionada, y las armas son diferentes, aunque matan igual.

Hace unos días en nuestro país hubo cambio de gobierno, que fue televisado para todo el mundo. En el Congreso fue convocado el mandatario saliente para que entregara los atributos presidenciales.

Minutos antes de hacerlo, aún con la banda y con el bastón en su poder, sentado entre las autoridades de turno, la mirada del hasta entonces presidente estaba perdida. Parecía reflexionar.

Me pregunto qué hubiera pensado Asimov si veía esa transmisión televisiva. Imagino que diría que de pronto el que se creía un hombre superpoderoso tomó conciencia de que en ese momento volvía a ser un cualquiera, aunque claro con mucho más dinero que antes.

Pero como Asimov era Asimov, no se limitaría en disfrutar de esa mirada triste y hasta temerosa, sino que hubiera escrito que, en el momento de extender las manos para entregar el bastón, a cambio le debieran haber puesto unas esposas.

Pero Asimov era un genio de la fantasía y la realidad es otra.

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