Son vitales para entender el mundo de los vínculos. Están asociadas a los valores. Donde hay humanidad está plagado de virtudes. Cada uno puede vivirlas en sus respectivos entornos. Es allí en donde fluyen y se realizan. Es que al ser socializadas se amplían las razones para compartirlas. Mientras haya vida habrá virtudes.

La capacidad de hacer actos positivos reside en cada persona. Por consiguiente, las virtudes emanan de uno mismo y brotan desde su interior. Detrás de cada virtud hay una férrea voluntad que la sostiene. También se aprenden y se transmiten. Por lo tanto, están a disposición de los demás. Una virtud representa una enseñanza alguna vez aprendida.

Las virtudes hablan a través de la integridad que destila cada uno. Por eso no necesitan ser puestas a consideración para ser evaluadas, se manifiestan con gestos que desde la observación pueden apreciarse. Es la humildad una constante impulsora del andamiaje de las mejores versiones que activan el conglomerado de virtudes de cada ser humano.

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Las virtudes se juntan para construir, en ellas se apodera la madre de las intenciones, esa energía que contagia y fortalece el ímpetu por darle protagonismo a las misiones que consolidan las bases del bienestar social.

La unidad de las virtudes produce el despegue del arte de admirar. En los episodios de los instantes valorados se siembra la memoria que activará el entusiasmo por venir. Esa proyección del ahora nace sin requisitos previos, sin avisos preparatorios, simplemente se desliza al vivirse, acompaña el andar y se apodera del presente. Los hechos impregnados por las virtudes generan evidencias que animan a otros a seguir progresando.

En la otredad abundan las virtudes. Esta creencia habilita el acceso al universo del prójimo, es que ampara una visión profunda, grande y ejemplar; así lo es, porque a través de ella surgen los desenlaces de las relaciones humanas, parten las consecuencias de las intenciones, se materializan las ideas y se expresa lo que se siente.

En las virtudes reinan los pensamientos que apoyan la libertad al servicio de los demás. En ese pensar se manifiesta el deber de crecer junto al otro, creando espacios que testimonien la diversidad y el respeto entre quienes los habitan. De manera que, las virtudes se transforman en las bases de los entendimientos necesarios para el avance plural. Donde esto se produce hay una sociedad virtuosa.

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