Un día, a mediados de la década de los 90, el jefe de Redacción del diario Noticias me llama para enviarme de cobertura a una lejana compañía de Itapúa, donde un extraño fenómeno paranormal estaba ocurriendo. Me encantó la idea porque no creía en esas cosas.

Muy de madrugada salimos desde Canal 13 –que por entonces formaba parte de la RPC– un camarógrafo, un fotógrafo, la cronista Blanca Lila Fernández, el conductor y yo. La primera lección que recibí fue de Blanca Lila, quien se acomodó en la parte trasera del móvil y durmió hasta la ciudad. Los demás, llegamos trasnochados y cansados.

Luego de varios inconvenientes, finalmente arribamos al sitio. Accioné mi grabadora (con casete) y comencé a recoger testimonios de varios vecinos, quienes referían que por las noches “alguien” arrojaba piedras sobre el techo de zinc de la cabaña de tablas. También, que misteriosamente el trípode del que colgaba la olla de comida habitualmente salía disparado sin que nadie lo tocara y que un niño de 7 años era poseído por una extraña fuerza y que ni tres hombres fuertes podían sujetarlo durante las noches. Para mí, todo eran invenciones.

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Comenzaba a caer la tarde, entonces Blanca Lila y el camarógrafo entraron en la cabaña para hacerle la nota al chico, pero a los pocos minutos la reportera salió gritando “¡Me tocó! ¡Me tocó!”. Estaba más blanca que nunca.

Le pregunté qué había pasado y me respondió: “Y me tocóóó”. ¿Qué te tocó?, insistí. “El cuarto”, me dijo. ¿Y quién fue?, inquirí, a lo que respondió “Nadie”.

Estaba frustrado porque había recorrido casi 400 km y no había visto nada. Era mi oportunidad, entonces ingresé a la cabaña y hablé con el niño. Más calmada, Blanca Lila entró luego y me mostró la grabación de cómo en el piso de la casa una tabla se movía sola. De pronto un movimiento brusco de la imagen apuntó hacia el techo. “Fue cuando me estiró el pelo”, explicó el camarógrafo. Todo seguía oliendo a fantasía.

Más tranquila, la periodista dijo que faltaba luz para continuar con la grabación, pero que ya tenían poca batería, así que pedí al chico que deslizara la tabla que hacía de ventana para que entrara luz. En ese momento la tabla se llevó los dedos del niño y se estrelló contra la pared. Quedamos sorprendidos.

Le pedí que lo intentara de nuevo y la violenta escena se repitió y de no haber sacado los dedos, habrían sido cercenados, pero nuestro chofer ya estaba del otro lado de la casa por si fuera una broma… y no había nadie. Examiné la ventana para cerciorarme de que no hubiera algún resorte o algún mecanismo y no había nada.

El niño contó que “El Bicho”, un ser invisible cubierto de pelos hacía esas cosas, incluso había arrojado un machete contra la cabeza de su hermana, produciéndole varios puntos.

Recuerdo que cuando ese día salimos de Canal 13, éramos cinco citadinos incrédulos que no dábamos crédito a esas supersticiones, pero al volver no teníamos explicación de lo que habíamos visto. Y las imágenes grabadas eran la prueba.

No pretendo que alguien crea esta historia porque si a mí me la contasen también me burlaría, pero los fenómenos extraños existen. El viento, por ejemplo, es invisible, pero real; tampoco podemos ver el sonido, pero sí percibirlo.

Los expertos advierten que hacia setiembre llegará “El Niño”, que es otro fenómeno invisible como “El Bicho” de Encarnación, pero a este podremos sentirlo, con humedad, con inundaciones, con familias damnificadas, con epidemia a causa de los mosquitos y temperaturas por arriba de los 50 °C.

Debemos prepararnos para la llegada de los fenómenos, que cuantos más invisibles, más peligrosos pueden resultar.

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