EL PODER DE LA CONCIENCIA
- Por Alex Noguera
- Periodista
- alex.noguera@nacionmedia.com
Hay cosas que nunca se olvidan, pequeños detalles que cada persona guarda en su interior durante muchos años, a veces sin siquiera darse cuenta. En mi caso, como el negativo de rollo de película (sí, esas cosas existían antes), una imagen quedó grabada durante más de 40 años en el subconsciente. Y ahora, cada vez con más frecuencia ese momento vuelve al presente, pero como una copia grande a todo color.
Ocurrió que había acompañado a unos turistas en un viaje al exterior y recorriendo sitios de interés, el grupo llegó a una montaña, lejos de todo. Cansados, nos acercamos a un puestito para reponer energías.
Algunos pidieron gaseosas, otros unos raros snacks y los demás simplemente agua. Amablemente, el dependiente acercó los artículos solicitados y entre ellos varios vasitos transparentes -tipo yogur de 140 gr-, con tapita metálica y dentro solo contenían agua, pero eran tan caros como las gaseosas.
Fue sorprendente. Por entonces, cuando en Paraguay cualquier persona pedía un vaso de agua, hasta la persona más pobre calmaba la sed del viajero sin ningún inconveniente. O era invitado a tomar tereré hasta saciarse. El agua corría libre en ríos, arroyos y existía en forma natural en millones de nacientes. Había abundancia tal, que el hecho de que nos vendieran agua -y encima a precio elevado- era algo totalmente desconcertante. Me pregunté qué clase de país era ese en el que se vendía agua en vez de ofrecerla amablemente a los viajeros sedientos.
Ayer la agencia AFP refería la historia de Gordon Mangus, un hombre que hace 84 años vive a orillas del famoso lago Ness, el de la mítica criatura. Contaba, extrañado, que Escocia siempre fue un país húmedo, sin embargo, él hoy observa cómo el nivel del lago es cada vez más bajo, incluso llega a ser el más crítico en muchas décadas. Agregaba que están acostumbrados a que llueva, pero no a periodos tan secos.
Un día antes, el mismo medio informaba acerca de la crisis por la que atraviesa actualmente el Canal de Panamá, que utiliza agua de lluvia y no salada para llenar los diques que permiten la navegación de grandes buques de un océano a otro, pero que, a causa de la falta de agua, las naves hoy deben descargar sus contenedores antes de entrar, enviarlos por tren y cargarlos de nuevo cuando finaliza su travesía por el estrecho. Y es que, desde hace unos meses, las autoridades se vieron obligadas a restringir el calado a 13,11 metros, dos menos que antes.
Ese mismo día Infobae anunciaba que la policía brasileña había detenido a un empresario sospechoso de ser el mayor deforestador de la Amazonía. A pesar de que los tribunales locales ordenaron que se bloqueasen USD 23 millones de sus cuentas y se le confiscaran 16 haciendas y 10.000 cabezas de ganado, el daño está hecho. Su fortuna la obtuvo de la tala de 65 kilómetros cuadrados de selva en el estado de Pará, destruyendo flora, fauna, medioambiente, hábitats, culturas ancestrales y vida de animales.
Mientras que algunos países como el nuestro utilizan energías renovables para producir, donde las empresas cada vez se sienten más comprometidas con la sustentabilidad y respeto por los recursos y el reciclado ofrece nuevos horizontes y oportunidades, otras naciones y autoridades siguen de fiesta destruyendo la naturaleza.
Me pregunto, ¿hasta cuándo? O en el caso del deforestador, ¿mereció la pena? Los nacientes han ido desapareciendo gradualmente, faltan agua y lluvias en todo el mundo, el calor se vuelve agobiante y las tormentas más agresivas.
Y sin darnos cuenta, hoy ya no nos sorprende que nos vendan agua. La que creíamos eterna, infinita, hoy se esconde inaccesible en las alturas, en las nubes, o en las profundidades de la tierra.
Debemos insistir en la sustentabilidad y apuntar con el dedo a los que se enriquecen destruyendo la naturaleza porque ni con todo el dinero del mundo podríamos tener un planeta nuevo, ni siquiera podríamos arreglar el que nos queda.
Y sin darnos cuenta, hoy ya no nos sorprende que nos vendan agua. La que creíamos eterna, infinita, hoy se esconde inaccesible en las alturas, en las nubes, o en las profundidades de la tierra.