Al parecer, en la Argentina, el ministro y precandidato presidencial por la oficialista coalición de gobierno Unión por la Patria (UP), Sergio Massa, consiguió el objetivo más alto que procuraba obtener del Fondo Monetario Internacional (FMI), “que no intervenga, que no aparezca, que solo esporádicamente sea parte de la tapa de los diarios y en la campaña electoral, hasta que haya nuevos gobernantes electos”, aseguran frente a este corresponsal no menos de cuatro fuentes coincidentes cercanas al kirchnerismo con el compromiso de no revelar sus identidades.
Para que este país no caiga en impago –en default– lo que no sería bueno para nadie ni tampoco para quienes tienen la responsabilidad de gestionar en aquel organismo multilateral, tal como se informó el lunes pasado en esta misma columna, luego de acordar con el Fondo cuál será la metodología de trabajo bilateral de aquí hasta que el venidero 10 de diciembre el FMI hizo público que transferirá unos USD 7.500 millones a la Argentina aunque solo lo hará a partir de la segunda quincena de agosto que comenzará mañana. Claramente, después de que se conozcan, en la madrugada del venidero lunes 14 de agosto, cuáles son las candidaturas más cercanas a las demandas de la voluntad popular.
Los burócratas de la economía y las finanzas globales no quieren quedar a la intemperie y entrampados en esa compulsa interna argentina –la más precisa de las encuestas– ya que ese dato les permitirá operar sobre variables más cercanas al verdadero clima sociopolítico y no sobre especulaciones. De allí que –con la excusa de que en el Hemisferio Norte se transitan tiempos vacacionales– las inevitables conversaciones de peso serán solo para resolver asuntos coyunturales imprescindibles en tanto que el corto, mediano y largo plazo, se postergarán hasta que haya con quién hablar y ese interlocutor sea el elegido por la voluntad popular y no un pato rengo, como se suele aludir a los gobernantes en tiempos de salida que marcan no solo el almanaque institucional, sino también con su impronta los actuales funcionarios.
De hecho y en claro tono de despedida, el corridísimo presidente Alberto Fernández, el jueves pasado, luego de dialogar en su despacho con el astronauta Bill Nelson, director de la NASA (agencia espacial estadounidense), sostuvo: “En mi gobierno me ha pasado de todo, solo falta que lleguen los marcianos”, no pudo ser casual dicha expresión. Nelson, consultado sobre evidencias extraterrestres que poseería el gobierno norteamericano luego del encuentro presidencial, sin negar esa posibilidad, anunció en rueda de prensa que “el mes que viene (agosto) tendrán la respuesta”. Todo vale para justificar el fracaso.
Entre tanto, los indicadores más populares y menos técnicos –al alcance de la comprensión simple de quienes no somos especialistas– que dan cuenta de la marcha de la economía y las finanzas locales son contundentes. Veamos algunos. Como consecuencia directa del ya mencionado flamante acuerdo con el Fondo se ha hecho efectiva una devaluación informal del peso frente al dólar. Los expertos aseguran que tendrá un impacto en el costo de vida de cerca del 10 %. El valor del dólar informal, blue, ilegal, negro, paralelo o como se lo quiera llamar, en el cierre de las operaciones cambiarias del pasado viernes, se ubicó en ARS 552 por unidad. Ese valor, aunque da cuenta de operaciones de bajo volumen, es el que se toma como referencia para la evolución de costo y precios.
También se crearon o incrementaron algunas tributaciones lo que hace que, en los últimos 40 meses, el gobierno del presidente Alberto F. y la vicepresidenta Cristina Fernández hayan creado unos 27 nuevos tributos. Presión impositiva al palo. En ese mismo lapso y luego de derogar una ley de la administración anterior para actualizar los valores de las jubilaciones y pensiones argentinas y reemplazarla con una nueva, el valor de esas asignaciones se derrumbó casi un 19 %. Los salarios en el empleo privado se contrajeron casi un 5,5 %.
El proceso inflacionario –el indicador que se conoce como Índice de Precios al Consumidor (IPC)– parece imparable. Hasta pocas semanas atrás, el valor anualizado da un crecimiento que, según la metodología de análisis, se ubica entre el 115 % y hasta el 136 %. En los últimos meses de 2019, cuando la administración anterior gestionaba políticamente la Argentina, ese indicador se ubicó en torno del 54 %. El 10 de diciembre de aquel año, el valor del dólar blue era de ARS 60.- por unidad. Cuando el ministro Massa –también precandidato presidencial oficialista, ya dicho– en noviembre de 2022 reemplazó en el cargo a Martín Guzmán la divisa norteamericana se transaba a ARS 283. Las cosas no iban ni van bien.
Pero y mientras el deterioro general continúa, la campaña presidencial avanza con algunas particularidades destacables. Solo desde los sectores ideológicos con menores posibilidades de alcanzar el poder se escuchan voces y propuestas radicalizadas, tanto en el oficialismo como en las oposiciones.
El resto se manifiestan con prudencia y –a la luz de cómo han sido los comportamientos de los electorados en el mundo, especialmente en España, un puñado de días atrás– candidatos y candidatas mueven con sus discursos hacia el centro. Claramente, hacia los extremos no dirigen sus ambiciones de cambio.
Todas las encuestas que se conocen y circulan con insistencia no aportan más que disgustos para el oficialismo, que estos días se ubicaría por debajo el 30 % en posible intención de voto; la principal coalición opositora Juntos por el Cambio, en torno del 35 %; en tanto que quien otrora fuera señalado como “el canto del cisne”, el libertario Javier Milei aparece en el tercer lugar de las preferencias con un posible 15 %. Al parecer, la elección de tercios que anunció la vicepresidenta Cristina F. semanas atrás se ha diluido y, una vez más, la elección presidencial se polariza. Habrá que ver.
En ese contexto y pese a ello, el precandidato oficialista Sergio Massa –después de conseguir sacar del medio al FMI en el transcurso de la campaña electoral– y ser actor protagónico de un gobierno en caída en la consideración popular con 42 % de pobreza; 60 % de los menores categorizados como pobres; récord inflacionario en décadas; fuertes declinaciones en el poder adquisitivo y en el nivel de los salarios, por solo aludir a algunas variables, da muestras de mantener el optimismo e imaginar que podría –en las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) ya mencionadas– ser el precandidato más votado y, eventualmente, llegar a una segunda vuelta en los comicios del próximo 22 de octubre para emerger de ellos como el único líder del peronismo que viene.
Entre tanto la población, que desde muchos meses vota en distintas provincias que decidieron alejar sus destinos de los del gobierno nacional, comienza a dar cuenta de cansancio, molestia, disgusto, hastío con los comportamientos de las y los actores públicos. La concurrencia a las urnas merma marcadamente y se ubica por debajo de los niveles históricos. Algunos analistas consideran que la irresuelta crisis política del 2001 –bronca social– vuelve a un lugar relevante y gana espacio en el escenario público. No ir a votar, no participar, no responder a las consultas de las encuestas es la práctica con la que se evidencia la bronca popular.
Alberto F. y Cristina F. no aparecen en la campaña más que muy puntualmente. “Se corrieron y procuran no ser vistos como los mariscales de una derrota que será histórica para el peronismo”, afirman enfáticamente cinco viejos dirigentes que todavía tienen activa participación en el partido en el poder. “No se puede creer”, dicen los más disgustados. “Parece que hubieran terminado sus mandatos”, sostienen otros. Los más cáusticos señalan que “Massa, el ministro de Economía, que no tiene nada que ver con el peronismo, por su parte, parece un presidente que nunca nadie votó y quiere ser reelecto”.