Camina por la avenida mojada. Indiferente al mundo que se mueve a su lado. Solo es otra dimensión del infortunio. Llueve finito y hace mucho frío, pero sus piecitos descalzos parecen no sentirlo. Solo es otro día.

Una mueca maldibuja una sonrisa en su carita sucia. Aún no ha salido el sol, pero camina peligrosamente entre los vehículos parados en el semáforo. Aguanta con una sonrisa el malhumor del otro lado del parabrisas.

Es un ser humano, pero es invisible. Solo un número a la hora de las estadísticas o algo así. Busco unas monedas y sus ojitos se clavan en los míos como suplicándome que me apure.

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Hablo de esto: la pobreza monetaria total, esa que se obtiene de la suma de la pobreza no extrema y la pobreza extrema, registró una incidencia del 24,7 % en 2022.

Lo que, en términos absolutos, representa alrededor de 1 millón 817 mil personas residentes en hogares cuyos ingresos per cápita fueron inferiores al costo de una canasta básica de consumo (alimentos y no alimentos), estimado para el año pasado.

Pero él es un niño. No sabe de estadísticas ni de canastas básicas. La luz entre el rojo y el verde marca la diferencia entre una moneda o una desilusión. Una moneda que cae sobre otra y quizás alcance a comer algo o simplemente drogarse. Dicen que la cola de zapatero inhibe el hambre y la vergüenza.

La cola de zapatero es usada como droga que envicia a niños pobres, pero no está prohibida porque no genera las ganancias que generan las drogas prohibidas. Es la triste realidad de una ciudad que ve crecer una generación perdida en la pobreza y el abandono. Y una vez más vuelvo a preguntarme, ¿dónde están las instituciones que deberían velar por los derechos de los niños, o las cientos de oenegés que reciben millonarias donaciones para sacar a estos chicos de las calles?

Hace frío. Mis preguntas no tendrán respuestas, lo sé. En el fondo estos niños son invisibles. La luz está en rojo. Avanzo. Será otra historia de tantas de semáforo.

Me quedo pensando en esos rostros que no vemos. Un nuevo gobierno se asoma y tenemos esperanza. Esa misma esperanza que ya no tienen las personas que habitan las calles.

Pero cuando todos perdamos las esperanzas, supongo que estará todo perdido. No ahora, no hoy. Pero esa… esa es otra historia.

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