En las redes sociales encontramos todo tipo de publicaciones, desde las más graciosas hasta los pensamientos más profundos. Esta semana leí la amarga queja de un padre que recordaba las maravillosas músicas de los setenta a los noventa y citaba a íconos como Roberto Carlos, Julio Iglesias, Raphael, José José, Perales; entre las artistas a Jeanette, Rocío Durcal, Isabel Pantoja, Mari Trini o Ednita Nazario y grupos como Abba y Mocedades. Y en inglés, Queen y Bee Gees e intérpretes como Michael Jackson, Stevie Wonder, Elton John, Kenny Rogers o Rod Stewart.

El hombre ponderaba la suerte que tenía él de haber “vivido” la música de tantos y tan grandes artistas y que sentía pena por la generación actual. Criticaba duramente los temas de ahora, decía que las letras denigraban a la mujer, que los cantantes como una virtud pronunciaban la ele en lugar de la ere y que los ritmos “eran comerciales”.

Supongo que un discurso parecido lo dieron décadas antes los padres de los jóvenes que se enloquecían con Los Beatles o Elvis Presley, que distaban bastante de los plácidos sones de maestros como Strauss, Beethoven, Mozart, acostumbrados por los adultos.

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Hablando de música, es una apuesta segura que los jóvenes de hoy jamás hayan escuchado de Enrique Santos Discépolo, quien compuso una genialidad llamada “Cambalache”, que sigue vigente a pesar de haber transcurrido casi 90 años. Menos sabrían el significado de esa palabra.

Una versión refiere que cambalache proviene del latín “cambium”, o dar una cosa por otra; también están los que creen que proviene del portugués, que hacia el siglo XVI usaba cambalachar como trocar. Hoy cambalache se define como intercambio de cosas de poco valor y también es el lugar donde se hace el trueque de objetos de segunda mano que están desordenados y mezclados.

Parte de la letra del tango dice que “el siglo XX es un despliegue de maldad insolente”, atributo que caracteriza bastante al siglo XXI; o que “lo mismo un burro que un gran profesor”, y hoy vemos que los alumnos creen que saben más que los maestros.

También expresa: “Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón” y notamos que los valores han cambiado (o se han perdido), idea que se refuerza con la frase “El que no llora no mama y el que no afana es un gil”. Antes se robaba por necesidad, hoy se sigue robando, pero por vicio… “que a nadie importa si naciste honra’o”.

Enrique Santos Discépolo plasmó en notas “Siglo veinte, cambalache problemático y febril”, una realidad de entonces, pero que llega potenciada a nuestra cotidianeidad y que nos obliga a vivir “revolca’os en un merengue y, en el mismo lodo, todos manosea’os”.

Drogas, abusos, miseria, indolencia, corrupción, desvergüenza, todos ellos ya convivían juntos en la época en que se compuso “Cambalache”, pero en nuestra era observamos que todos estos guerreros de la degradación trabajan organizados. Pareciera como si todos fueran compañeros de facultad, expertos, dispuestos a desintegrar el espíritu de la sociedad.

Para este visionario autor nacido en 1901 “Todo es igual, nada es mejor”. En parte tenía razón, todo es igual que antes, pero cuando escribió que nada es mejor, se equivocó. Hoy todo es peor. Al presente le gusta jugar con disfraces del pasado, pero cada nueva prenda que estrena es un mayor “atropello a la razón”.

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