La historia política en Paraguay está marcada por uno de los bipartidismos de mayor preponderancia en América Latina y por qué no alrededor del mundo. Si se quisiese encontrar similitudes, habría que mirar al de los Conservadores y Laboristas en Inglaterra o el de Republicanos y Demócratas en los Estados Unidos. Durante la dictadura, hubo un par de intentos muy tímidos, a excepción obviamente del histórico Partido Revolucionario Febrerista, hoy tristemente convertido en apenas un partido de sello de goma que presta su nombre para otras candidaturas.
Con la llegada de la democracia, conocimos Asunción Para Todos cuya victoria en la capital en las primeras elecciones municipales libres fue leída como una oportunidad histórica. Quienes tenemos más de 40 y algo de memoria sabemos cómo terminó. Posteriormente vinieron el Encuentro Nacional, País Solidario, Patria Querida, el Unace, Tekojoja, Frente Guasu y más recientemente Cruzada Nacional. Una de las principales y transversales similitudes es lo disímil y cambiante que han sido sus desempeños electorales. La tercera fuerza no ha logrado construir cimientos sólidos, incluso habiendo llegado a la presidencia de la República, alcanzado en diferentes momentos una cantidad muy importante de bancas en ambas Cámaras del Congreso Nacional, o liderando municipios de gran volumen electoral.
Y como no han sabido poner los cimientos que le permitan perdurar en el tiempo y disputarle el poder real y de manera permanente a la ANR y el PLRA, se han vuelto partidos efímeros. Tan efímeros como ha sido la presencia de sus liderazgos fundacionales en la política: Carlos Filizzola, Guillermo Caballero Vargas, Pedro Fadul, Lino César Oviedo, Fernando Lugo. Les ha faltado sustancia, han dedicado demasiado tiempo a individualismos, ganar espacios en medios de comunicación y redes sociales y muy poco trabajo de base y territorio. Casualmente estas dos últimas son las principales fortalezas de los exponentes del bipartidismo paraguayo. Han sido usados por figuras con aspiraciones electorales que han usufructuado apenas sus nombres con tal de llegar a sitiales y una vez alcanzados no responden a las instituciones partidarias, sino que a sus propias agendas. Sin institucionalidad ni fortaleza partidaria no hay proyección posible en el tiempo.
La última experiencia de la que estamos siendo testigos es Cruzada Nacional. A pocos días de la elección para la mesa directiva del Senado hay un desbande en la bancada de la que hace apenas un par de meses llegaba como la tercera fuerza política en importancia y cantidad de bancas, solamente superada por el Partido Liberal Radical Auténtico. El desorden es tal que el propio líder del partido, Payo Cubas, pide desde la cárcel que no permitan jurar ni asumir su banca a Mbururu Esquivel. El que lo pide es el mismo que lo colocó en el puesto número dos de su lista del Senado, por detrás de su esposa Yolanda Paredes. A la par, se habla de que por lo menos dos de los cinco integrantes de esa bancada estarían renunciantes al partido. Ojo, al partido, no a sus bancas para las que fueron electos y proclamados.
La política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, nos da señales de lo vital que son los partidos políticos institucionalmente fuertes en el sistema democrático del Paraguay.