Según los historiadores, la fijación de los seres humanos por los robots es de antigua data, puesto que las primeras versiones se remontan nada menos que al siglo III a.C., pero apenas eran creaciones mecánicas, no lo que hoy consideramos como robot.

Hubo que esperar más de 2.200 años, hasta 1939, cuando la compañía Westinghouse presentó al primer robot con forma humana. Elektro, de unos dos metros, era capaz de caminar y emitir palabras grabadas.

Hollywood también dio nacimiento a célebres robots que fueron inmortalizados en películas, como el indestructible Gort en “El día que la Tierra” se detuvo (1951), capaz de enfrentar a todo el Ejército sin sufrir un solo rasguño; o el inolvidable prototipo de la serie de “Perdidos en el Espacio”, de 1965, que tenía la cabeza de cristal, se desplazaba con orugas y contaba con brazos terminados en ganchos. Su nombre oficial era B9.

Con el estreno del episodio IV de “La guerra de las galaxias”, en 1977, hicieron su aparición los míticos R2D2, “Arturito” y C3PO o “Citripio” que, aunque tampoco eran realmente robots, la imaginación permitía que sí lo fueran.

En 1982 los robots dieron un gran salto evolutivo en “Blade Runner” y pasaron de ser burdas máquinas de metal a “Replicantes”, humanoides creados con bioingeniería tan perfectos que no se los podía diferenciar de los seres humanos.

Dos años más tarde, en 1984, desde el futuro llegaba el Cyberdyne Systems T-800 modelo 101, un cyborg programado por Skynet para asesinar. “Terminator” ya estaba entre nosotros.

Otro cyborg famoso, pero que no era malo, había nacido 11 años antes, en 1973 con la serie “El hombre nuclear”. Era un ser biónico, cuyo precio había alcanzado los 6 millones de dólares. Steve Austin fue el “abuelo” del oficial Alex Murphy, otra obra de ingeniería creada en 1987 llamada “RoboCop”. Cuando el uniformado es malherido, reemplazan partes de su cuerpo para crear un súper policía que combatiera el crimen en Detriot.

Si pensamos que todo esto es fantasía es porque aún no estamos al tanto de lo que sucede en el sudeste asiático. Hace apenas unas horas, la AFP informaba que Singapur “desplegará gradualmente robots para patrullar las calles de esta ciudad-Estado, tras más de cinco años de pruebas.

No van armados con una gran pistola como la de Alex Murphy, pero sí tienen cámaras, sensores, altavoces, pantalla, y pueden emitir luces o sirenas. Entraron en servicio en el aeropuerto de Changi. Los robots de las películas están allí para combatir el crimen.

En Asia están mucho más adelantados, al punto que hoy los robots forman parte de su vida diaria. “En particular en países como Japón, donde ya acompañan a seres humanos como ancianos o niños con necesidades especiales”, revela AFP.

En nuestro país no tenemos un Robocop que nos dé una mano para luchar contra la delincuencia de los motochorros y asaltantes o pillar objetos peligrosos que los estudiantes esconden en sus mochilas. Mientras que en Singapur implementan robots patrulla, acá celebramos la compra de un detector de metales en un colegio nacional.

Acá, el parte de nada menos que del Ministerio de Educación indicó “que solo en Caaguazú y Asunción se registraron unas 60 denuncias en la Policía Nacional por casos de portación de armas de distintos tipos y tenencia de estupefacientes en inmediaciones de instituciones educativas”.

Los alumnos exigen que se los respete y que no se los considere como delincuentes, pero por las redes se viralizan imágenes brutales de “estudiantes” que torturan a sus compañeros en el baño; realidad muy diferente a la de los chicos educados en Japón, donde desde pequeños aprenden a respetar, a limpiar sus aulas, a no arrojar basura, a trabajar y a no tomar lo ajeno.

Estamos a siglos de la tecnología que necesitamos, pero a años luz de la educación que merecemos.

Dejanos tu comentario