Hay quienes aseguran que fue Winston Churchill quien dijo que “el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones, en vez de en las próximas elecciones”. Otros, sostienen que el padre de esa cita fue Otto von Bismarck, aunque con mínimas variantes. Luego de aquellos -si finalmente así se hubieran expresado- es muy extensa la lista de personalidades a las que se atribuye el dicho que, quizás tenga algo de certeza. Dentro de 48 horas, en la Argentina, vencerá el plazo para que formalmente se inscriban quiénes serán las personas que se presentarán para competir en las elecciones primarias abiertas simultaneas y obligatorias (PASO) que se realizarán el venidero domingo 13 de agosto, dentro de 62 días.
Así las cosas, tanto en la coalición de gobierno -el Frente de Todos (FDT)- como en la principal coalición opositora -Juntos- a la luz de lo que dejan trascender cada uno o una de sus líderes y lideresas, nada está definido y parecen ir todos y todas contra todas y todos. Dilemático. Especialmente para una sociedad que se percibe como muy alejada de las urgencias de quienes parecen estar empeñados en participar del baile de la silla que eventualmente ocuparán en la Casa Rosada (sede del Gobierno argentino).
No es fácil y hasta podría afirmarse que -dada la grave situación económica y social- quienes tienen responsabilidades para gestionar la política no debieran agravarla más para que no crezca exponencialmente la idea de que los partidos políticos y las dirigencias son un cachivache. Es decir, una “cosa rota o arrinconada por inútil”, como se define a esa palabra en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
De hecho, desde 2003, la idea de “ir juntos” en las elecciones, sólo ha sido de utilidad para ganarlas -para abatir al adversario interno o externo- pero en nada para mejorar la calidad de vida de la población. La evolución de los datos estadísticos socioeconómicos es clara en ese sentido.
Ante lo insoluble, desde el seno de las dos coaliciones los mensajes que formal o informalmente llegan al periodismo y la sociedad son para advertir, desde el oficialismo sobre los peligros de que vuelva a gobernar la derecha (Juntos) y, desde la oposición, sobre los riesgos que conlleva sostener un gobierno (FDT) atravesado por la corrupción estructural.
Sin embargo -de cara a un conjunto social angustiado- desde ninguna de las dos partes involucradas en la construcción del gobierno que habrá de asumir dentro de 181 días, el 10 de diciembre, se escuchan propuestas que apunten al bien común o que, por lo menos, aminoren la cada día más veloz marcha de los precios contra los salarios; reduzca el trabajo en negro (ilegal) con el que se precariza el estatus de las y los trabajadores; que facilite el acceso a la salud, a la educación y que la inseguridad ciudadana -especialmente en las zonas densamente pobladas- descienda hasta niveles compatibles con los estándares internacionales.
A propósito del desbocado Índice de Precios al Consumidor (IPC) que el ministro de Economía, Sergio Massa no puede contener, dentro de 48 horas, el gubernamental Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) que conduce Marco Lavagna, reportará que durante el pasado mes de mayo continuó en ascenso.
Coincidentes trascendidos dan cuenta que los precios subieron en torno del 9 %, “por lo menos”, aunque algunos otros trabajos de investigación económica la ubican encima del 10 % y, antes de que finalizará la semana que pasó, se supo que en el propio Banco Central (BCRA), “para uso interno”, se lee con atención una medición interanual propia que ubica la inflación en los últimos 12 meses cercana al 147 %. Preocupante, tanto para los gobernantes de hoy como para los que gobernarán en pocas semanas más y para quienes conducen los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco de desarrollo de América Latina-CAF y el Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS (NBD) que lidera la expresidenta de Brasil, Dilma Rousseff. A propósito de esa última entidad mencionada, el diario brasileño Valor -especializado en economía y finanzas- al igual que el prestigioso analista de temas transnacionales Marcelo Cantelmi, el sábado pasado en Clarín, revelan que, si bien “China busca aumentar los socios de ese emprendimiento” al que el Gobierno argentino quiere integrarse, “hay dos países que se resisten, (a ello) India …y Brasil”.
Pese a todas las complejidades expuestas -y volvemos al inicio de la presente columna- el ministro Massa, que ha dado muestras hasta ahora de no poder controlar las principales variables macro y microeconómicas, insiste a través de trascendidos en que estar dispuesto a “ir a una PASO” para intentar ser el candidato presidencial del oficialismo aunque, también lo deja trascender, mucho más le agradaría ser candidato único del peronismo gobernante sin tener que enfrentar a ningún adversario como prometen serlo -hasta hoy- Daniel Scioli, embajador de este país ante Brasil o Agustín Rossi, actual ministro de Defensa del presidente Alberto Fernández que, como se sabe, quiere primarias. Claramente, Massa también piensa en las próximas elecciones. Aunque, también hay que destacarlo, no es el único ni la única que no “comienza a pensar en las próximas generaciones”. ¿Qué es lo que hacen, entonces?
Por lo que se ve cotidianamente, algunos referentes de las coaliciones Frente de Todos y Juntos se proponen reconfigurar las fuerzas y poderes internos de los grupos que integran pero, en ese contexto y para hacerlo, en el oficialismo, el presidente Alberto F; Daniel, el embajador; y, Agustín, el ministro trabajan para poner fin al devaluado poder de la vicepresidenta Cristina Fernández que codo a codo construyeron desde 2002; y, en la oposición, Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno en la ciudad de Buenos Aires, junto con los gobernadores de Córdoba Juan Schiaretti (peronista) y de Jujuy Gerardo Morales (radical), quieren terminar con lo que le queda de deshilachado poder al expresidente Mauricio Macri (2015-2019) que junto con el porteño desarrollaron Juntos en las últimas dos décadas.
Las dos coaliciones -como se describe- están en crisis, aunque se desconoce aún si son terminales o no, refundadoras de otros espacios o no o hacia dónde habrán de derivar y con qué formato.
El otro opositor a todos y todas en desarrollo casi fortalecido, Javier Milei (Libertad Avanza) -en lo que tiene que ver con la construcción y consolidación de su poder interno- no tiene complejidades mayores. Es él y su circunstancia.
De allí que, cuando en el inicio del lunes 14 de agosto próximo se conozcan los resultados del escrutinio de las PASO, es muy probable que resulte ser -individualmente- el candidato más votado. Desde esa verdad a medias lanzará la etapa siguiente del proceso electoral hasta la presidencial del 22 de octubre, dentro de 132 días.
No le será fácil porque, los resultados que una buena parte de los votos que recojan quienes serán sus adversarios y adversarias, tanto en la coalición opositora como en la oficialista se sumarán en contra de Milei. Pero, para la medianoche de ese domingo todavía falta mucho y, muy probablemente -según todas las encuestas que se conocen hasta hoy- será el momento de iniciar la marcha hasta el 19 de noviembre, 28 días después, para saber quién será nuevo presidente después de un balotaje. Sólo el jefe de Estado. La constitución del Parlamento quedará sellada esa misma noche. Y, en ese punto, habrá que ver entre los y las parlamentarias quiénes, cuántas, cuántos y con qué recursos estarán convencidos de que en la Argentina hacen falta estadistas.