• POR ANÍBAL SAUCEDO RODAS
  • Periodista, docente y político

En el primer número de La Prensa, quizás el diario de mayor prestigio en la historia del periodismo nacional, su fundador y director, Blas Garay, se declaraba afiliado al Partido (Nacio­nal) Republicano “porque sus hombres y sus obras nos merecen más confianza…” (1 de febrero de 1898). Pero la jerarquía intelectual y la madurez democrá­tica de este genio nuestro, poco o mal estudiado, se percibe en la segunda parte con que remata su frase: “…como pueden a otros merecerla mayor los del par­tido contrario”. En el prólogo de “El comunismo en las misiones: la compañía de Jesús en el Paraguay” (edición de 1921), Silvano Mosqueira escribe que “La Prensa desempeñó una misión histórica impor­tante. Moralizó la administración pública, puso un control saludable a los que manejan caudales del Estado, hizo respetar los fueros del periodismo y declaró guerra sin cuartel a los defraudadores (…) El paraguayo hallaba en las columnas de La Prensa alimentos con que fortalecer su civismo”. En líneas precedentes subrayaba que “Garay tenía un proce­dimiento para hundir al mal funcionario, cuya ruina creía necesaria. Privadamente lo procesaba; agotaba todas las pruebas en pro y en contra; se munía de los elementos de convicción para sostener su afirma­ción, y cuando adquiría la certeza absoluta de que el procesado había faltado a su deber, que había delin­quido, pronunciaba la sentencia y abría la campaña en su contra. Y no cejaba hasta conseguir su objeto. Era inflexible en sus ataques, tenaz en sus persecu­ciones, porque aquel a quien atacaba podría estar seguro de que existían pruebas abrumadoras que le condenaban. Cuando La Prensa sentenciaba a un funcionario, este podría, desde luego, prepararse a abandonar el cargo”.

Un amigo y pastor de una Iglesia evangélica solía comentar la anécdota de cuando Alipio, ya converso, recibió en Roma a San Agustín, y exclama: “Ahora ya no podemos decir que la Iglesia es pobre”. A lo que el sabio de Hipona respondió: “Tampoco ya podemos decir ‘levántate y anda’”. Otros atribuyen la expre­sión a Francisco de Asís durante su encuentro con el Papa en 1209. Lo concreto es que el poder econó­mico le hizo perder a la Iglesia su poder espiritual. Valga este hecho para una comparación con nues­tro actual periodismo que, en el afán de imponer su propia opinión como si fuera verdad, que está más allá de nuestros deseos, ha perdido credibili­dad. Los diarios de antaño se hacían a pulmón. En condiciones precarias. No era el lucro su obsesión. Pero cada palabra tenía un valor extraordinario. Las polémicas disparadas desde sus páginas se soste­nían en el filoso brillo de los argumentos. Sólidos. Certeros. ¡Cuán lejos estamos de los gloriosos días de La Prensa! “Su pluma de polemista –la de Blas Garay– ha causado mutilaciones dolorosas en la reputación de los que caían bajo los dardos de sus críticas cortantes. Aquellos que recibieron su marca indeleble todavía le recuerdan con pavor” (Silvano Mosqueira). Hoy los medios se han modernizado. Toda la información está a la distancia de una tecla. Siempre lo digo. Se convirtieron en grandes empre­sas que ganan dinero. Pero ninguno puede reclamar el prestigio de lo que fuimos. Así en la política, así en el periodismo. Hemos perdido el rumbo de la honestidad intelectual. La ética se encuentra en estado de agonía.

Solo quienes se obstinan en su miopía de perma­necer en el error consideran lícitos el panfleto y la diatriba. Las dos grandes corporaciones mediáti­cas que se disputan el favor del público dejaron de informar para desinformar desde la propaganda electoral. De promoción de un sector y de conta­minación sistemática a cada expresión del adversa­rio. Se obvia premeditadamente la otra cara de los hechos. Todos, absolutamente todos, nos jugamos por algún candidato. Como señala claramente Juan Luis Cebrián, fundador y primer director de El País, de España: “El periodismo desde que existe tiene el derecho de ser político. La historia del siglo XX está llena de ejemplos, buenos y malos, a este respecto, y no se puede entender el proceso histórico español de los últimos siglos ni se entiende este fenómeno”. Y es parte, también, fundamental de nuestra histo­ria y de aquel periodismo que añoramos. Añoramos porque hemos degradado esta profesión al octavo círculo del fraude, el engaño y la mentira. Fraude para con los lectores. Los miembros sanos no cuen­tan cuando el cuerpo hace metástasis. Hasta donde me alcanza la vista, solo dos periodistas, de los que escriben, asumieron públicamente su adhesión a Efraín Alegre. Denostando, obviamente, contra su principal oponente del Partido Colorado. Nin­gún candidato sufrió tanto ensañamiento como Santiago Peña. También ya lo dije. Da vergüenza. Hasta quien acostumbra presumir de la academia ha caído en el libelo infamante y grotesco. Ya no quedan espacios para el pudor. Pareciera que todo está perdido. Pareciera.

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Aparte de estos dos profesionales, la mayoría de los comunicadores de estas cadenas que son alia­das (ocasionales) y competencia (permanente), al mismo tiempo, prefiere seguir vistiendo el hipócrita ropaje de la falsa imparcialidad. Disfraza de juicio crítico su patológico anticoloradismo. Estos pro­fetas del resentimiento –como diría Euclides Ace­vedo– pontifican como si fueran los heraldos de la verdad. Cuando que son simples deformadores de la realidad. En su obsesión de mutilar honras, ampu­tan las palabras. Los sectores que acompañan a la Concertación Nacional han denunciado a este dia­rio donde escribo con los defectos (que los tiene y muchos) que se multiplican en los medios que son complacientes con su proyecto, para la apología de uno y el vilipendio implacable contra el otro. Pero, en esos casos, estos defectos son virtudes. Hay que derrotar a la Asociación Nacional Republicana sin importar cómo. No vengan después a presentarse como los inmaculados que no son.

Todos los periodistas, directa o indirectamente, estamos haciendo política. La cuestión está en asu­mirla. Yo soy un militante convencido del Partido Nacional Republicano. Mi voto, por tanto, es can­tado. Pero con una severa cuan persistente censura a su extravío ideológico desde la época de la dicta­dura de Alfredo Stroessner. Mas, una lucha así no se abandona a mitad de camino. Así como no se aban­dona la lucha por recuperar aquel periodismo de la certeza absoluta, como nos enseñó Blas Garay, antes de realizar cualquier publicación. Hay que retor­nar a los principios. Afuera hay un mundo que nos observa y nos condena. Buen provecho.

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