El gobierno del presidente Alberto Fernández ingresó de lleno a la finalización de su mandato con legitimidad. La legalidad lo acompañará hasta el 10 de diciembre del 2023, pero, en este punto, la coyuntura personal del mandatario encaja perfectamente en los contenidos del paradigma de Max Weber sobre, justamente, “la legalidad y la legitimidad”.

Cuando el valor del dólar norteamericano llegó a $ 442 por unidad, en el momento en que todas las encuestas dan cuenta clara de la posibilidad de que la actual coalición de gobierno, el Frente de Todos (FdT) saliera en el tercer lugar en las elecciones presidenciales del venidero 22 de octubre –dentro de 181 días– y con una reducida representación en el Parlamento que viene, el jefe de Estado se bajó. “No quiere ser junto con Cristina (Fernández, vicepresidenta argentina) uno de los mariscales de la derrota como lo fueron quienes conducían el peronismo en el 83, en el 89 y en el 2015″, dijeron dos veteranos peronistas consultados por este corresponsal sobre el renunciamiento presidencial a su reelección.

Sin embargo, esa decisión, que la anunció a través de las redes con el formato narrativo de un videoclip, como contenido, tiene mucho más de balance de gestión y despedida que de informar que no habrá de ser protagonista de las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) que se desarrollarán el próximo 13 de agosto, dentro de 117 días.

“No tomé una sola medida en contra de nuestro pueblo”, dijo en off Alberto F.; se comprometió a “concentrar mi esfuerzo, mi compromiso y mi corazón en resolver los problemas de los argentinos y las argentinas”; recordó que milita “desde los 70″; aseguró que el FDT es “el espacio que garantiza que no volverá la derecha a traernos su pesadilla y su oscuridad”; y reclamó –de cara al kirchnerismo y al Frente Renovador que conduce el ministro de Economía, Sergio Massa– que para tomar las decisiones, en principio electorales, “démosle la lapicera a cada militante”, con la esperanza de que no sea Cristina F. la que decida –en soledad– si habrá lista única para la elección nacional y quiénes habrán de integrarla en los lugares de privilegio. ¿Serán suficientes esas palabras, habrá tiempo para revertir el malhumor social y construir alguna posibilidad de triunfo? Tal vez, pero Alberto F. recordó y admitió tarde su obligación de “resolver los problemas de los argentinos y las argentinas” como lo hizo 34 meses después de asumir la responsabilidad de gobernar.

En este contexto, el ministro Massa y su gestión al frente de la economía es clave. La inflación del mes que transcurre no aportará un dato esperanzador y, muy probablemente, se ubique en un piso nunca menor del 6,7%. Los precios están desbocados. La relación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) se tensiona. El paso del tiempo hace que la asistencia de ese organismo multilateral no sea solo parte de un diálogo bilateral con el gobierno en ejercicio. Para el 10 de diciembre de este año –cuando finalizará el mandato de Alberto F. y Cristina F.– faltan 230 días. Los eventuales compromisos que deberá asumir la Argentina no solo con el fondo, sino también con el Club de París, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco de Desarrollo para América Latina (CAF), los ejecutará otra administración. Un nuevo gobierno. De allí que esos organismos multilaterales –especialmente los dos primeros– aunque lo nieguen, han comenzado a dialogar discreta pero activamente con economistas que planifican y proyectan posibles programas de gestión para las oposiciones que aquí disputarán el poder político al peronismo. Claramente, es necesario que así sea por una cuestión de responsabilidad y transparencia y para no comprometer los recursos ni la gestión de los ejecutivos de esas entidades que responden a directorios multipaís. No será, entonces, una decisión exclusiva de los directores del FMI o del BID en diálogo con el gobierno del presidente Fernández lo que aliviará los desequilibrios financieros locales, sino lo que esos organismos también conversen con quienes podrían ser gobierno aquí en los próximos 4 años.

Entretanto y más allá de los ajustes en la economía que desde mucho tiempo y ante los desaciertos gubernamentales hace el mercado, varios interrogantes circulan aquí. ¿Habrá devaluación formal del peso en los próximos días? ¿Avanzará la recesión? ¿Está sólido el sistema bancario? Una docena de bancos aseguran firmemente a través de voceros discretos que sí. Otros informantes confirman en parte esos trascendidos y destacan que varios bancos chicos y medianos buscan fusiones y/o ventas para superar la situación y, en particular, la falta de liquidez. La incertidumbre crece. Desde el gobierno tres portavoces inevitables –desde el anonimato– aseguran que “todas las medidas que tomemos serán por exigencia del FMI”. Algunos actores gubernamentales admiten en privado que “no hay muchas salidas”. Otros señalan que “Sergio (Massa) en dos oportunidades estuvo cerca de renunciar”. Un mensaje de la esposa del ministro, Malena Galmarini –también funcionaria y presidenta de Aguas y Saneamiento Ambiental (AySA)– a través de su cuenta en Twitter, apuntaló esa versión: “Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa”, sentenció. Pese a ello, la breve frase que la señora Galmarini hizo propia fue del economista Alejandro Kowalczuk, con la buena intención de aminorar la trepada en el precio del dólar. Sirvió de poco.

¿Qué hará Massa, finalmente? Enorme interrogante. Cuando asumió el cargo, seis meses atrás, el dólar blue se transaba a $ 298 y, el Índice de Precios al Consumidor (IPC), anualizado estaba apenas por debajo del 79%. Solo con esos dos indicadores, los que más mira la sociedad, su eventual candidatura aparece como una suerte de misión imposible. ¿Será el renunciante que sigue o se mantendrá en la carrera presidencial pese a que los datos duros de la macro y microeconomía al igual que los humores sociales no le aconsejen ir por ese camino? Habrá que ver. A Sergio Tomás Massa (51), lo ayuda la fecha de nacimiento. Es una persona joven que puede esperar. Incluso, hasta podría superar una derrota electoral porque el tiempo con la estrategia adecuada puede jugar en su favor. El recambio generacional que se vislumbra en la actividad política profesional en Argentina aparece como un dato relevante. De hecho, Cristina Fernández, primero; Mauricio Macri, después; y Alberto Fernández, cinco días atrás, se bajaron. No postularán. Con altos niveles de rechazo social, declinaron de competir para lo que, en esta oportunidad, nunca se postularon. Sus declinaciones casi podría afirmarse que fueron charlas frente al espejo, pero de cara a la sociedad que mayoritariamente a través de las encuestas adelantaron que les dirían no. Complejas decisiones, por cierto, pero se bajaron de la carrera tres de “los de siempre” como se suelen quejar ciudadanas y ciudadanos a la hora de votar porque “no hay gente nueva”.

Así las cosas, aparecen difíciles los escenarios que vienen con líderes en formación –de baja densidad aún– con enormes dificultades en el horizonte de todas y todos y, por si algo faltara con dirigencias obreras –sindicales – que en muchos casos tienen más de 3 décadas en la conducción de esas entidades con gobiernos de las más diversas ideologías.

No son ni serán buenos los días que vienen para el gobierno. En el Ministerio de Economía se estima que hasta el 13 de agosto cuando se desarrollen las PASO para saber quiénes serán las y los candidatos para la presidencia, el país necesita contar con entre 8 mil y 10 mil millones de dólares para no incumplir con sus obligaciones externas. ¿Será posible? Habrá que ver. Lo cierto es que en la medianoche de ese domingo trascendente se habrá de perfilar lo que viene y, por qué no, se conocerá cuál es el verdadero volumen de poder con el que cuenta y conserva el oficialismo hasta el final para gerenciar el derrumbe.

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