En este tercer domingo de Pascua, la Iglesia nos ofrece el bellísimo evangelio de los discípulos de Emaús. Es un evangelio muy lleno de significados del cual se pueden hacer muchas meditaciones diferentes. Hoy me gustaría dedicar una pequeña reflexión sobre la pedagogía de Jesús, sobre este gesto de acompañar en el camino a estos dos discípulos.

Ellos están caminando el día domingo, que es el primer día posible para hacer un viaje, pues Jesús fue muerto en la tarde del viernes y el sábado era el día de reposo para los judíos y nadie podría hacer caminatas largas. Estaban muy tristes por todo lo que sucedió con Jesús en Jerusalén. Aún más, estaban muy desilusionados, pues creían que Jesús debía haber iniciado la gran revolución que llevaría a la liberación de Israel, pero los romanos guiados por los sumos sacerdotes lo humillaron terriblemente y lo clavaron en una cruz. Estaban defraudados, pues pensaban que él podría haber utilizado alguno de sus poderes para defenderse y para llegar al trono del Mesías pues él había sanado a muchos, caminado sobre las aguas, secado una higuera, trasformado agua en vino... pero al contrario, no se defendió en nada, y se entregó como una oveja que va al matadero. Estaban decepcionados, pues esperaban que Dios Padre fuera a intervenir milagrosamente para salvarlo de la cruz y castigar allí mismo todos sus malhechores, pero les parecía que hasta el mismo Padre lo había abandonado.

Así pues, con el corazón lleno de tristeza, de frustración, de amargura y de dolor, ellos habían decidido retornar a sus comunidades de origen. Pensaban tal vez en volver a sus antiguas actividades, de rehacer su vida normal. Para ellos Jesús, había sido una ilusión pasajera que había terminado trágicamente. Ahora ellos ya se alejaban de Jerusalén, ya estaban quedando atrás todos los recuerdos, los sueños, las esperanzas. Creían que una vez más, el mal había vencido, y no les restaba otra cosa que acomodarse para continuar sobreviviendo en esta tierra. Jesús: era solo un triste recuerdo del pasado.

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Es en esta situación, Jesús se presenta muy discretamente y camina con ellos. Jesús sabía que ellos estaban caminando en la dirección equivocada, pero igual camina con ellos. Trata de entrar en su mundo, en su dolor, en sus desilusiones... Primero les ha escuchado.

Solo después les ha hablado de las escrituras. Les explicó todo lo que en el Antiguo Testamento hablaba del Mesías, especialmente sobre los sufrimientos que él debería padecer. Les decía que, no obstante haya sido muy triste lo que sucedió en Jerusalén, la historia aun no había terminado. Les intentaba mostrar que ellos se estaban retirando antes de la hora, que el retorno a la vida de antes, que abandonar a los otros apóstoles era una decisión precipitada. Les quería revelar que Dios tiene sus tiempos, y que nosotros debemos confiar aun cuando se hace noche, aun cuando llegan las pruebas...

Jesús, sin embargo habló de todo esto, sin decir quien era él. Y ellos aun escuchándolo continuaban su camino hacia Emaús. Cuando llegaron, tuvieron la sensibilidad de invitar a aquella persona que había caminado con ellos para hospedarse en su casa aquella noche. Y cuando estaban a la mesa Jesús tomo el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.

Estos eran los mismo gestos que Jesús había hecho en la ultima cena, cuando les había dicho que en aquel modo sacramental él continuaría vivo, presente y actuante en medio a ellos. En este momento sus ojos se abrieron y reconocieron a Jesús. Pero, al mismo tiempo él desapareció físicamente, quedando solo su presencia sacramental, que sin embargo, fue suficiente para hacerlos retornar a Jerusalén.

Esta es la fuerza de los sacramentos. Nos hacen reconocer la presencia viva y actuante de Jesús en nuestras vidas concretas. A través de la liturgia de la Palabra nos recuerda de las cosas que Jesús hizo antiguamente, pero cuando celebramos los santos misterios las cosas no se quedan solo en los recuerdos, sino que la salvación se hace actual, se abren nuestros ojos, nos llenamos del Espíritu Santo, somos sanados de nuestros males, somos liberados de las opresiones, somos perdonados de nuestros pecados... o sea Jesús repite en nosotros todo lo mismo que ya hizo antes y hasta mucho más...

Que venga a caminar a nuestro lado. Que Dios nos de la sensibilidad de invitar Jesús a quedarse con nosotros. Que Dios nos ayude a participar en las celebraciones sacramentales, pues es así que nuestros ojos se abren para reconocer su presencia...

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

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